El Fin del Pretoriano

Alexis Ponce

Quincenario Tintají

Quito, 19 de diciembre de 2003

 

Dedicado al 21 de Enero del año 2.004

Cuando apareciste, desconocido hasta entonces, por las pantallas de televisión aquel penúltimo viernes de enero, rodeado de uniformes mezclados con ponchos y huipalas, algunos creímos, sinceramente, que se trataría de "un milico honesto". Cuando ese 21, ante flashes y cámaras, te agarraste de las manos indígenas para "luchar contra la corrupción mahuadista", muchos creímos, ingenuamente, que décadas de arrogancia y desprecio podrían cambiar, por fin, en el paisíto. Cuando ante los micrófonos leíste en aquel 21 de enero, una especie de "manifiesto patriótico" mal redactado para tamaña ocasión, muchos creímos, tontamente, que la normalidad podría voltearse y que el al revés podría ganarle la partida a la puerca realidad, al ilimitado poder de los de siempre, al "municipal y espeso ambiente" de una democracia atravesada por la mediocridad y el vasallaje de veinte años de lo mismo.

Cuando en la noche de ese mismo 21 de enero del 2000, en pantaleónica visita a Carondelet hiciste un público gesto de disciplina subalterna, entregando el remedo de poder a tus Generales Mendoza y Sandoval y yéndote a tu casa "satisfecho del deber cumplido", debíamos habernos percatado del descomunal mensaje que mandabas, desde entonces, al país. Pero no; no lo percibimos así, porque -pendejamente ciegos- queríamos creer, como el restante 93% de ecuatorianos, que se trataba de "un gesto de desprendimiento ejemplar", no de perruna obediencia a tus superiores y de sospechosa disciplina al statu quo.

Luego, cuando estabas en prisión, enceguecidos en el espejismo creado por "el militar más progresista de los alzados el 21", no nos percatamos de la gutierrista propensión a la doblez y a la ambición que, desde entonces, iban demostrándonos hermanos, hermanas, cuñados, primos, taitas, tíos, círculos de íntimos, y vos mismo. Embelesados por esa maníaca atracción que los movimientos sociales, las izquierdas y los indígenas guardamos por uniformes, conspiraciones y putchismos, no desciframos en aquellos gestos y mensajes, al verdadero Lucio Gutiérrez Borbúa. Todos creíamos, salvo excepciones que confirman la regla, que "eras de los nuestros", con nombre de guardia pretoriano pero "nuestro" al fin y al cabo.

El mito criollo lo alimentó la misma gente cuando salías "clandestinamente" de prisión para reunirte en la UNE o el INEL con las dirigencias sociales reunidas; cuando políticos de izquierdas e indígenas te visitaban, vestidos de mujer u ocultos, para disimular "las conspiraciones" en el cuartel del Agrupamiento de Inteligencia en Conocoto. Ya desde entonces, pésimos alumnos de sicología vulgar, debíamos habernos dado cuenta de la tamaña canallada que sicoanalizaba al futuro, cuando tus íntimos nos contestaban, a los pendejos preocupados por tu libertad, que tu objetivo era "mantenerte en prisión por más tiempo", que "Lucio debía seguir preso" y que "luchar por la amnistía era un error".

Así nos respondían tu círculo de íntimos y los dirigentes sociales que, literalmente, te rodeaban desde entonces, pendejos ellos tan, pues después fueron de los primeros "traicionados" por el taimado ex-oficial que hasta el 20 de enero fue responsable de la Inteligencia y el monitoreo militar al levantamiento indio.

Malos adivinos del destino, debíamos habernos percatado entonces de la fenomenal barrabasada que se venía, cuando tus hermanas y cuñados -que el 21 no aparecieron "ni en pelea de perros"- se pasaban horas con vos en la sala de reuniones de Conocoto, hablando bajito, mirándonos de reojo a los otros oficiales y a los giles que hacíamos cola para conversarte los avances de la amnistía y los logros callejeros por tu libertad. Ya desde entonces, ni los tuyos ni vos miraban de frente, a la cara, sino hacia abajo o de lado, mientras todos estimulaban el mito del "mártir único" en acto de tamaña injusticia con los demás oficiales apresados y sancionados.

Cuando saliste libre, nos escribiste cartas y mensajes desde otros lugares donde otros giles se creyeron el cuento de "el milico revolucionario" y se tomaron fotos de rigor que ahora destrozan o comentan, en Sao Paulo, San Salvador, Bogotá, Porto Alegre, Buenos Aires, México. En esas cartas nos decías "camaradas" y jurabas que lucharías contra el sistema y acabarías el modelo, que mandarías a los gringos de Manta y echarías a la oligarquía del poder. Y todos los pendejos creímos que al Ecuador le había llegado la hora de cambiar, que todo sería distinto esta vez, que "la cuarta vía al poder" y "la rebelión del arco iris" tendrían, por fin, desenlace cierto.

Ya entonces debimos caer en cuenta, cuando dedicado a visitar países en busca de apoyo y "formación política", anunciaste viaje a Taiwán, la isla militante del anticomunismo mundial y el neoliberalismo salvaje, o cuando mencionaste que en Colombia tenías amigos de la catadura del general Harold Bedoya, o en Argentina del coronel Seineldin. Recuerdo que solamente te criticamos semejantes amistades, pero -error del tiempo que se vivía- no entendimos la dimensión de tales visitas y no te denunciamos por tan inocentes amiguetes.

Nuestra ceguera terminó entonces, por fortuna.

Pero jamás imaginamos que "el honesto coronel", "el de mayor sensibilidad social de todos los oficiales del 21", sería esto que fuiste, y que terminarías así, como terminarás. Mediocre fin, triste destino, ingeniero Gutiérrez, augurado en la infallable baraja del poder desde que fuiste el ladino edecán de Bucaram y Alarcón hasta la última hora de sus horas.

 

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