Emigrantes y economía

Diario El Comercio, edición digital

Quito, 9 de enero de 2004

 

Análisis

Consecuencia de taras históricas, de inestabilidad política y de subdesarrollo económico, lo cierto es que el Ecuador no ha podido generar oportunidades de trabajo suficientes para su población. De ahí el fenómeno masivo, inevitable de la emigración, que desde la reciente crisis, ha cobrado un tamaño casi monstruoso.

Ecuatorianos han emigrado en el pasado, pero nunca en la magnitud registrada en los últimos cuatro años, se estima que solamente entre 1999 y el 2000 más de 250 000 compatriotas salieron del país. Basta observar la formación de verdaderas colonias de ecuatorianos en Nueva York, Chicago, Los Ángeles o Caracas, así como en varios destinos europeos, especialmente España e Italia.

Se trata de un fenómeno humano complejo de efectos dolorosos en la vida de la gente, que afecta la célula familiar y en general la estructura social. Sobre las vicisitudes del extrañamiento mucho tendrán sus víctimas que contar. De otro lado y desde luego, debe quedar una enorme carga en la conciencia de los dirigentes de la nación.

Sin embargo, no deja de haber un extremo positivo, heroicamente positivo para el país, a costa del sufrimiento y del esfuerzo de los ecuatorianos emigrantes. Las remesas están silenciosamente cambiando la dinámica de la economía nacional. Y es que cuando se agregan en suma los pocos dólares que envía cada emigrante a su familia, se llega a una cifra impresionante de flujo anual para la economía en su conjunto.

Son, como se conoce, cerca de dos mil millones de dólares que llegaron al Ecuador en el 2003 por este concepto y por lo que se puede ver continuará un flujo semejante al margen del riesgo país, de la condicionalidad de los organismos multilaterales, o del signo del Gobierno de turno.

Fondos que llegan directo a las familias para resolver sus necesidades básicas y en algunos casos para invertir en bienes duraderos como tierras, edificios, instrumentos de cultivo y otros. Son recursos que dinamizan el consumo nacional y que cambian la perspectiva de las familias, afortunadamente sin pasar por la burocracia nacional o extranjera.

Los emigrantes se convierten de esta suerte en la fuente más estable de ayuda para facilitar a comunidades y países enteros la solución de problemas de pobreza con efectividad, como sostienen Kapur y McHale en publicación difundida en el mes de diciembre pasado por la revista Gestión.

Cabe destacar aquí un contraste bien significativo, que llama a reflexión: mientras muchos pobres, a costa de sacrificios sin cuento, remiten desde fuera divisas al país, las cuales contribuyen de modo sustancial a sostener su economía; otros, no tan numerosos ni tan pobres, hacen precisamente lo contrario, por diversos motivos, cuyo denominador común cuando menos es el egoísmo.

La sociedad ecuatoriana debe solidaridad a su migrante y el Estado, una política sostenida de tutela activa y vigilante. El Gobierno debe incluir en la agenda internacional negociaciones tendientes a obtener mejor trato al migrante en los diversos países, debe hacer un esfuerzo para obtener mejores condiciones de costo en el envío de remesas. Mientras se adelanta en lo de fondo, que es la organización de veras de una sociedad democrática, capaz de ofrecer oportunidades a todos sus ciudadanos.

 

Fuente: http://www.elcomercio.com/noticias.asp?noid=82892

 

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