Entre la utopía y el desencanto

Luis Alberto Luna Tobar

Diario El Hoy, edición digital

Quito, 27 de marzo de 2004

 

Nada más respetable que lo realmente utópico. Condolerse de un desencanto es atributo propio de la más digna nobleza humana. El derecho ingénito a imaginar, desear, buscar y paladear lo real, justo y posible, convierte en vida lo imaginado y le quita sueño y fantasía a lo que debe ser real, tangible, poseíble. El movimiento indígena universal, con tonos singulares en cada bloque diverso de nacionalidades y etnias, trata de ser vivido por los pueblos que lo sustentan con una pasión hondamente encarnada y entrañadamente urgente, desafiante, acometedora. Vivir la utopía de ser historia, de ser vida, de ser definida comunidad es la utopía presente, en los continentes viejos negros, amarillos o blancos. Amerindia no mezcla colores con su pasión de comunidad. Le basta soñar despierta.

Esa es la utopía del pueblo indio de Ecuador. Bregó en su intimidad por definirla en público y llegó, en el espíritu del Maestro que le acunó Imbabura y le fraguó Chimborazo, a cristalizarse participando con todas las organizaciones sociales nuevas, en la lid política de una patria nueva. Creyeron en un soldado desarmado que les ofreció su fidelidad, ajena a todo miedo o a cualquier negociable compromiso, en ser parte radical de nueva visión y acción política social. Sirvieron meses en esa tesitura, imaginaron que toda semilla exige el efecto madurador de su transformación, que impone sacrificios e inmola lo puramente personal; pero... las coyunturas de mercado, las exigencias oscuras del ‘hermano mayor’ y la primaria esclavitud a la vanidad de las figuras viajeras y declamadoras, transformaron degenerativamente la utopía indígena en el desencanto social más evidente y expresivo.

Se fueron los indígenas, se apagaron las organizaciones sociales, que hicieron comunidad política con ellos. Se fueron, renunciaron, se alejaron, con las cuentas bien hechas, claras, exactas; pero, desencantados, no hicieron testamento. Se fueron. ¿A dónde? Al páramo, a la choza, a la carpintería, al lodo que hace adobes, a correr caminos pidiendo limosna o a escucharse en algún yaraví mientras se esconden en su pobre, pero noble, vasija de barro.

De la utopía y el desencanto, del estadista soñado al Gutiérrez conocido, del trabajo campesino al despacho ministerial, del anonimato exigido a la personalidad real demostrada, hay espacios inmensos, en los que la utopía no deja de tener noble presencia y el desencanto resulta un sacrificio evangelizador, que comprueba la eficacia renovadora de ciertas inmolaciones sociales, que son simples podas en tallos vivos, que seguirán demostrando que su historia es cierta, que su valor no necesita demostraciones que no sea el vivirlo y el tenerlo, en cuanto implique exigencia de ser realizadores de una historia nueva. La publicación de un volumen de estudios sobre la participación de Pachakutik con el Gobierno del señor coronel y su retiro oportuno del desgobierno existente es un documento de extraordinario valor para entender una nueva historia ecuatoriana. El indigenado unido que soñó Leonidas Proaño se estudia a sí mismo con tanto realismo como valentía y logra incitar en todo lector la pasión por un real cambio de conciencia frente a la patria. Es justo unirse a esta utopía, soñarla, realizarla. No nos quedemos viudos desencantados. Leamos la noble confesión indígena en su última obra: Entre la utopía y en el desencanto.

 

[fuente]
http://www.hoy.com.ec/sf_noticia.asp?row_id=170801

 

Portada |  Organizaciones |  Comunicados |  Noticias