A JPP lo mataron por ser negro

Orlando Pérez

Diario El Hoy, edición digital

Quito, 28 de marzo de 2004

 

La negrofobia en Ecuador es lacerante. Duele, arde, chamusca los nervios y nos pone en la condición de seres perversos, por aceptarla como parte de nuestra convivencia. Sin subestimar el problema racista, el ser cholo o indio es ahora como un poquito más ‘rentable’. Algunos se van a Europa para explotar esa condición, muchas veces folclórica o sexualmente. Los negros con solo pisar las Embajadas de la Unión Europea o de EEUU ya son sospechosos o, por lo menos, sujetos de doble investigación.

Si eso ocurre fuera de nuestras fronteras, casa adentro la negrofobia es aberrante. Hace tiempo atrás vino a Ecuador un abogado colombiano, muy culto, bello, de elegante vestir. Vio en el periódico un anuncio de un adecuado departamento en la zona de La Mariscal. Por teléfono solicitó los datos, llegó a un acuerdo preliminar y todo estaba como para firmar el contrato. Al visitar la casa y observar la dueña que era negro, inmediatamente le dijo que el departamento ya estaba arrendado.

Y hay otras formas: una amiga dijo, hace unos días atrás, con una sonrisota: "Si adoptara un niño quisiera que fuese negro, porque de chiquitos son bien bonitos".

¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué en Ecuador no hay un general negro en las Fuerzas Armadas o en la Policía? O, también, ¿por qué soportamos en los estadios los gritos desenfrenados de hombres y mujeres que ofenden a los jugadores por ser negros? ¿Y por qué a muchos padres les da pánico si ven a una hija del brazo de su amigo negro?

La muerte de Juan Pablo Pavón, de 22 años, ocurrida el último Miércoles de Ceniza, es más que una prueba de esa negrofobia. En realidad es el signo de la intolerancia más esencial, porque es el rechazo a otro ser humano. Un rechazo que no mide ni revela consecuencias o estados sicológicos.

Tal como contó HOY el domingo anterior, Juan Pablo fue quemado, pero antes lo persiguieron, golpearon, castraron y cercenaron una oreja. Medio muerto lo llevaron al hospital Eugenio Espejo. No hay juicio porque, a decir de las autoridades, no fue un delito flagrante, aunque el agónico cuerpo fue transportado por los gendarmes.

Y, para variar, la noticia no fue motivo de convulsión social ni de preocupación gubernamental. Constó como un caso más de la crónica roja y una cifra más de la Policía Judicial. De hecho, la Policía ha hecho casi nada después del asesinato.

Ahora, los vecinos del barrio Caminos de la Libertad viven con miedo. ¿Cómo será eso? La vida con miedo, ¿no se parece mucho a una agonía o a un estado de coma?

La negrofobia no es un problema político como para dejarlo en manos del Gobierno o del Congreso. Es casi casi un asunto de Estado. O sea, de todos. Es tan complejo (¡uy, qué miedo!) como para permitir que la televisión y algunos de sus sabios presentadores nos iluminen con sus consejos y prejuicios. Convivir con el otro es un acto de amor, pues, como dice Luis Campos Martínez en su Pedagogía del lenguaje total, amar es "el intento de tomar absolutamente en serio a otra persona y proseguir el camino de la vida con ella en ilimitada comunicación".

 

[fuente]
http://www.hoy.com.ec/sf_noticia.asp?row_id=170833

 

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