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¿Qué está pasando en Ecuador?

José Rodríguez Elizondo (Escritor chileno, profesor de Relaciones Internacionales)

Diario La Vanguardia

Barcelona, 23 de abril de 2005

Poco antes antes del abrupto término de su mandato, el presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez se mostraba impávido ante las manifestaciones callejeras. "Sólo muerto me sacarán de palacio", dijo a los de su entorno. Su estado de ánimo cambió en cuestión de horas. El comandante de la Policía Nacional le comunicó que no seguiría reprimiendo a los manifestantes y la mayoría opositora del Congreso -sintomáticamente reunida fuera de su sede oficial- lo destituyó, designando en su reemplazo al médico y vicepresidente Alfredo Palacio.

La última esperanza de Gutiérrez pudo ser el repudio popular generalizado contra los políticos. Como antes, en Argentina, en las calles de Ecuador retumbaba el grito "que se vayan todos". Los 62 parlamentarios destituyentes y el presidente instituido, ni siquiera podían salir del lugar de reunión, acosados por los manifestantes. Para éstos, eran tan repudiables como el presidente.

Entonces sonó la voz del poder real. El almirante Víctor Hugo Rosero, en nombre del comando conjunto de las Fuerzas Armadas, comunicó a Gutiérrez que se veían "en la dura decisión de retirar el apoyo al señor presidente Constitucional de la república". Bastó eso para que el doctor Palacio pudiera hablar como nuevo presidente y para que el defenestrado iniciara su largo viaje hacia el exilio.

Como en el viejo tango, la historia volvía a repetirse. Abdalá el Loco Bucaram, en el año 1997 y Jamil Mahuad, en el 2000, pasaron por una ordalía similar. El primero, cuando el Congreso dictaminó que su apodo correspondía a la realidad y carecía, por tanto, de capacidad mental para gobernar. El segundo, cuando el coronel Lucio Gutiérrez (sí, el mismísimo) le propinó un golpe de Estado saltándose su línea de mando. En ambos casos, fueron los comandantes institucionales los que decidieron quiénes se iban y quién se quedaba. En el caso de Bucaram, consolidaron el golpe del Congreso por simple omisión: no estaban dispuestos a defender la permanencia de un presidente al que consideraban impresentable. En el caso de Mahuad, lo hicieron en dos instancias: primero desalojaron a Gutiérrez, el golpista indisciplinado y luego apoyaron la instalación del vicepresidente Gustavo Noboa, sellando así la suerte de Mahuad.

Es el interesante modelo ecuatoriano de golpe de Estado, según el cual las fuerzas armadas actúan por presencia, protocolizando, vetando o rectificando un golpe inicial externo. Quizá su diseño comenzó a plasmarse cuando asumieron el militarismo revolucionario de fines de los años 60, con el ejército peruano en la vanguardia. Eso produjo militares antiimperialistas, con una desconfianza superior hacia los políticos, cierta eclesial preferencia por los pobres y comprometidos de manera activa con el desarrollo económico del país. Desde 1972, con la dictadura izquierdista del general Guillermo Rodríguez Lara, los altos mandos ecuatorianos se muestran reacios a participar en la represión interna y sus instituciones cumplen, además de su rol primario, el de promotoras o actoras en diversos campos de acción económica. Esto las ha convertido en un fuerte obstáculo contra las políticas privatizadoras.

Quien formalizó y actualizó el diseño fue el general Paco Moncayo -actual alcalde de Quito y para quien las fuerzas armadas son "el elemento más serio y confiable en la estructura del Estado"- que cumplió dos roles de la mayor importancia. Uno, como estratego de la guerra de 1995 contra Perú, percibida como victoriosa, y otro, como ideólogo de las fuerzas armadas desde el fin de la guerra fría. En su libro Fuerzas armadas y sociedad, Moncayo piensa en éstas como "institucionalizadas y democráticas, de raigambre y compromiso con la sociedad global". Esto significa que no están para gobernar, pero tampoco para permitir que la inseguridad nacional amenace desde "la naturaleza de las estructuras internas, del ejercicio arbitrario del poder o de la corrupción y degradación de las instituciones democráticas". Los militares, dice Moncayo, "aportan con su sola existencia la corrección de las tendencias negativas".

Se entenderá entonces por qué, en su foto oficial, Lucio Gutiérrez optaba por presentarse como ingeniero. Él era muy consciente de que se había apartado de la disciplina, doctrina y lealtades de sus mandos. Peor, aún, había asumido la estrategia, tácticas y tecnologías políticas de Hugo Chávez -otro coronel golpista-, comprendida la invocación retórica al bolivarianismo.

Visto así, lo que pasó en Ecuador fue el choque entre un clon defectuoso del mandatario venezolano y la doctrina institucional de su propio ejército. Doctrina según la cual las fuerzas armadas deben estar en la retaguardia política, actuando como observadoras, tutoras o correctoras de los gobernantes, a sabiendas de que les basta con quedarse en sus cuarteles para que éstos caigan.

[fuente]
http://www.lavanguardia.es/web/20050423/51182512704.html

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