Logo Llacta!

La Rebelión Forajida en Ecuador: ¡Que se vayan todos!

Pablo Rojas Mancera

Revista Rebeldía, #31

6 de julio de 2005

Que se vayan

Quito, 20 de abril, 2005. En medio de gases lacrimógenos, banderas ecuatorianas y balas de goma, un helicóptero abandona el Palacio de Carondelet, sede del gobierno, con rumbo al aeropuerto; en su interior viaja el todavía presidente Lucio Gutiérrez. La pista principal se halla ocupada por decenas de personas que quieren impedir algo. Tal vez no. Tal vez el aeropuerto sea símbolo de un deseo. Mientras, en las calles se oyen gritos, se escuchan consignas. Es raro, pero parece haber alegría. La mayor parte de los manifestantes dice algo. ¿Quiénes son estas miles de personas que han salido a las calles de Quito armados con banderas? La respuesta no tarda en llegar: "somos forajidos". Y lo que gritan es "Que se vayan todos". Que se vayan.

Para documentar la crisis

Lucio Gutiérrez se suma a la lista de presidentes ecuatorianos que han tenido que dejar el poder anticipadamente. Antes fueron Abdalá Bucaram en 1997 y Jamil Mahuad en 2000. La salida forzada de tres presidentes en menos de diez años se puede hoy visualizar de mejor forma desde las calles de Quito, desde el grito "que se vayan todos": existe entre la población enojo y hartazgo crecientes producto del descrédito generalizado que recae en todos los que participan en el juego político-electoral y que va más allá de evaluaciones coyunturales (que se hacen, claro) del desempeño de sus gobernantes en turno. Hay una crisis estructural de su clase política, de representatividad y legitimidad, que no es nueva.

Se trata de una clase política ligada íntimamente a la burguesía nacional, que controla más del 60 por ciento de la producción de banano (Ecuador es el principal productor mundial de banano, que representa junto con el petróleo la fuente primaria de recursos) además de cementeras, bancos y medios de comunicación. Pero se trata también de una clase política dividida y compitiendo intensamente por el control de los recursos, empresas y el poder político del país.

Desde 1984 cuando se dio el triunfo de León Febres Cordero, del Partido Social Cristiano y una coalición de derecha, ningún partido político ha sido capaz de convencer al electorado para retener el poder para un siguiente periodo presidencial, y de hecho, en las últimas seis elecciones triunfaron seis partidos distintos. Y de los seis presidentes, la mitad se vio obligada a abandonar el cargo.

Acabado un periodo de dictaduras militares en los años setenta dio inicio un proceso de competencia electoral que a finales de esa década abrió paso a un juego de alternancia entre partidos de centro y de derecha, que se mantuvo durante los ochenta. Para la década pasada, los grupos de derecha se disputaron acremente la presidencia, permaneciendo en el poder hasta el triunfo conseguido por Gutiérrez en 2002, cuando la izquierda partidista y los movimientos sociales se apuntaron un aparente triunfo.

En ese mismo lapso de tiempo la economía ecuatoriana fue enfrentando una crisis (que parece ya crónica) debido, entre otras cosas, a la caída de los precios del banano y del petróleo, que junto con malos manejos y la iniciativa para la privatización de los energéticos bajo la ley de Promoción de la Inversión y la Participación Ciudadana (conocida como Trole II), condujo a numerosas movilizaciones. En un intento por hacer más atractiva la privatización de las empresas eléctricas y a sugerencia del Fondo Monetario Internacional (FMI), las tarifas se incrementaron desmedidamente afectando sobre todo a los sectores más pobres de la población. Así ocurrió también con el gas, las gasolinas y el kerosene, utilizado en las cocinas de los hogares indígenas. De la mano de estas medidas económicas, los espacios políticos de la sociedad en la toma de decisiones y participación fueron estrechándose aún más, en la misma proporción en que la clase política cerraba filas en la coyuntura (con todo y sus diferencias) para mantener la "estabilidad democrática", aún si esto significaba el sacrificio de alguno de sus agentes, incluido el presidente de la república.

Paradójicamente el resultado más a la mano del desencanto de la gente antes de las movilizaciones de los forajidos, fue precisamente el triunfo de Gutiérrez en las elecciones de 2002, en donde se fue configurando un nuevo comportamiento entre el electorado: los ecuatorianos votaron por candidatos que no se asociaban con los partidos tradicionales y dieron la oportunidad a dos personajes distintos, pero que se movían en ámbitos apartidistas, de competir por la presidencia en la segunda vuelta electoral. Uno era Álvaro Noboa, (el magnate del banano y enfrentado en ese momento con otros grupos de derecha), dueño de una de las industrias más grandes de Ecuador, impulsado por el Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN) de reciente fundación y enmascarado bajo un halo de "ciudadano independiente". El otro, Gutiérrez, ex coronel, apoyado por un partido creado por él, Sociedad Patriótica; por Pachakutik, ligado al movimiento indígena, fundado apenas en 1996 y con buenas experiencias en gobiernos locales; y por el Movimiento Popular Democrático (MPD), de corte maoísta y con fuerte presencia en las universidades públicas y en los barrios urbano-populares de la capital. En conjunto ambos candidatos obtuvieron cerca del 40 por ciento de la votación en la primera vuelta. Sin embargo, el congreso siguió en manos de los partidos tradicionales, debido sobre todo al fuerte regionalismo de Ecuador. El desenvolvimiento posterior de los hechos es bastante conocido. Lucio Gutiérrez traicionó a su electorado, compuesto principalmente por indígenas y sectores urbano-populares, apoyando y promoviendo todas las iniciativas que pasaban por la embajada de Estados Unidos. El movimiento indígena le retiró su apoyo; y más tarde miembros de Pachakutik que participaban en distintas carteras del gobierno, renunciaron en bloque. Para mantener la gobernabilidad, Lucio pactó con la derecha y en especial con el grupo de León Febres Cordero, que a la postre se convertiría en uno de los principales impulsores de la salida de Gutiérrez.

Los indígenas, la izquierda y el poder

Desde 1990 por lo menos siete levantamientos indígenas han sacudido a la sociedad ecuatoriana. Los indígenas, organizados alrededor de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) principalmente, denunciaron en múltiples ocasiones que las cosas no iban por buen camino. Los levantamientos, que consistían en la movilización de miles de indígenas y en la toma simbólica de Quito, ayudaron a configurar a los indígenas como actores principalísimos de un proyecto distinto de nación que era sustentado por un trabajo continuo a nivel de las comunidades y por otra forma de hacer política. Con la economía a punto de la dolarización, con una devaluación sin precedentes, la quiebra de los bancos y las cuentas congeladas, en el año 2000, los indígenas junto a un grupo de militares de rango medio (que lideraba Lucio Gutiérrez) iniciaron una revuelta popular que terminó con la salida del presidente Jamil Mahuad y la instauración de una junta "cívico-militar" que gobernó apenas unas horas. Con este evento, que parecía un punto de inflexión en la crisis política ecuatoriana, inició también un proceso distinto -impulsado por una intelectualidad indígena desligada de las bases- en las organizaciones indígenas que empezaron a dilucidar sobre la conveniencia de lanzarse a la arena política y competir con posibilidades reales en el proceso electoral. Esto llevó a que la CONAIE y el que fuera considerado su brazo político, el movimiento Pachakutik, se aliaran con el ex coronel Lucio Gutiérrez para buscar la presidencia en el 2002. Y ganaron.

El triunfo en las elecciones fue visto en un primer momento como una victoria de la izquierda y de los movimientos sociales, aunque algunos -incluso dentro del movimiento indígena- cuestionaron desde un inicio la alianza. Los indígenas se dividieron y mientras unos pedían más tiempo para evaluar la situación, otros regresaron a sus comunidades y continuaron con los procesos de base. Pero un sector, sobre todo de la intelectualidad indígena, esa formada por empoderadísimos líderes vinculados con o­nGs y la cooperación internacional, insistieron en mantenerse en sus puestos de poder e "intentar desde ahí" un viraje en las políticas implementadas por Gutiérrez. Un año después vino la ruptura de Pachakutik con el gobierno.

Las organizaciones indígenas sufrieron un golpe durísimo. Frente a otros sectores de la sociedad su credibilidad cayó, mientras que al interior se abrió un debate intenso sobre el futuro de su organización. Se sumaron además los férreos ataques que Lucio Gutiérrez lanzó en contra de ellos, alimentando rencillas y divisiones internas, amenazando a sus líderes y comprando a otros. Todo esto provocó la desmovilización de este sector, que también se vio sorprendido ante la revuelta de los forajidos. Esto no quiere decir, sin embargo, que el movimiento indígena haya quedado sobrepasado y sin posibilidades de incidir en un futuro. Ellos siguen guardando, en especial la CONAIE, legitimidad ante otros sectores y una fuerza creciente a nivel comunitario y de base. El reto, en sus propias palabras, es estudiar la relación con Pachakutik y si es necesario, encontrar nuevas formas, reglas y caminos para la construcción de alianzas y repensar la idea misma de la toma del poder: bajo qué vías, a costa de qué. El camino no es fácil, ya que ese sector indígena "empoderado" sigue reacio a aceptar los errores y sobretodo, reacio a abandonar la búsqueda del poder.

El Movimiento Popular Democrático también resintió su alianza con Gutiérrez, pero al igual que sucede con Pachakutik, les ha costado trabajo reconocer errores. En estos partidos de izquierda, es en todo caso en donde la crisis de la clase política se evidenció de forma más alarmante. Una izquierda que, triste o no, ha quedado al margen de las protestas recientes y que no logró incidir en los ánimos de la población, ni para incluir planteamientos que se vienen arrastrando en torno a las políticas económicas, ni para reforzar el descontento popular. El grito de "que se vayan todos(los políticos)" los sorprendió, y se ha visto inamovible el grito-demanda de la izquierda partidista que puede trazarse como "que se vayan ellos (los corruptos) para que ocupemos nosotros (los honestos) su lugar".

La coyuntura a dos tiempos

El 8 de diciembre de 2004, el todavía presidente de Ecuador, Lucio Gutiérrez, decidió arrasar con la Corte y el Tribunal Electoral. Decidió hacer la limpieza con el fin, entre otras cosas, de dejar el paso libre a Abdalá Bucaram "el loco", quien fuera destituido por el Congreso en 1997 como presidente de la república por "incapacidad mental", para que regresara a la arena política de Ecuador.

Con este hecho da inicio una historia en dos tiempos que terminó con la presidencia de Gutiérrez y desembocó en la revuelta forajida.

La alianza que formó Gutiérrez con el grupo de Febres Cordero al deslindarse Pachakutik de su gobierno, se desvanecía rápidamente. Al mismo tiempo, el empresario Álvaro Noboa veía en el retorno de Bucaram una competencia no deseada (siendo ambos guayaquileños) y una afrenta a sus aspiraciones políticas. La derecha se fracturaba. Acto seguido, desde el congreso se formó una alianza por lo menos provocadora: el Partido Social Cristiano (Febres Cordero) comenzó acercamientos con Pachakutik e Izquierda Democrática para pedir la salida de Gutiérrez. En otro lugar, el ejército pensaba ya en quitarle su apoyo al presidente. La suerte de Gutiérrez estaba echada.

Lo que hacía falta era canalizar el descontento de la gente hacia su propio juego. Hay que recordar que la primer convocatoria para el "levantamiento" contra Gutiérrez la hicieron los partidos políticos de oposición: esa coalición formada por Pachakutik, Izquierda Democrática (los socialdemócratas de Ecuador, que gobiernan la provincia de Pichincha y la capital del país); y el Partido Social Cristiano. Su apuesta era que el grito de la multitud no pasaría del "Lucio fuera" y tan tan.

Sin embargo, en las calles se configuraba otra idea: la gente tenía suficientes razones (diferentes a las de los políticos) para pedir la renuncia del presidente, pero también más, "que se vayan todos", incluidos los partidos de oposición, los que pidieron desde el congreso la renuncia de Gutiérrez. Que se vayan todos, dijeron a otro tiempo.

En unas declaraciones harto memorables, uno de los dirigentes de Pachakutik que todavía no acababa de entender, se preguntaba: "pero si se van todos, ¿quién va a gobernar?". Y acotaba "nosotros no nos vamos porque no hemos cometido errores, no nos pueden poner en el mismo saco".

Somos forajidos

Salieron a las calles de Quito a defender su idea de soberanía popular. Este abril salieron y se tomaron las plazas, los parques y las avenidas. Eran en principio estudiantes de preparatorias y universidades privadas, profesionistas, amas de casa y junto a ellos barras futboleras, jóvenes, muchos jóvenes. Clasemedieros los llamaron algunos, tratando de deslegitimar sus demandas. Son los forajidos que retaron el estado de excepción decretado por Gutiérrez, que soportaron la represión, los gases lacrimógenos e incluso balas, que rompieron esquemas organizativos y que se autoconvocaron por medio de cacerolazos, marchas y de la radiodifusora La Luna. Si en España, los teléfonos móviles tuvieron un papel primordial en las convocatorias a manifestaciones después de los atentados del 11 de marzo, en Ecuador, La Luna se convirtió en foro y lugar de encuentro para cientos de forajidos que buscaban espacios para la expresión de su descontento: "nadie nos llamó, no respondimos a los partidos políticos, ni a nadie, salimos impulsados porque estamos cabreados por la situación", dice Karlina, una joven quiteña orgullosa de ser forajida.

Pronto, otros sectores de la población se unieron y como cuenta Karlina, en un momento dado "estábamos todos en las calles, yo estuve junto a buseros y taxistas defendiendo la ciudad" cuando cientos de Gutierristas provenientes de la costa y el oriente intentaban llegar a la ciudad para defender a su presidente. También el término forajido se generalizó y ya no sólo definía a un manifestante de la clase media.

Es cierto que estas capas medias de la población no acompañaron al movimiento indígena y a otros actores sociales en revueltas y levantamientos pasados, y de ahí la desconfianza que generaron los forajidos. Que están despolitizados, se les endilgó, que fueron usados por los partidos, e incluso que se trataba de un conflicto "interburgués" se dijo.

También es cierto que nadie reparó en esas "clases medias", que votan pero no cuentan, que sufrieron las estrepitosas crisis de finales de los noventa. Fueron principalmente sus cuentas las que se "congelaron" en 1999 y las que se vieron reducidas a nada después de la dolarización, que incluyó una devaluación increíble del Sucre al momento del cambio. De igual forma, estas capas medias cada vez más reducidas ante los embates de los ajustes económicos, han visto cerrárseles espacios de participación política y de decisión en el marco de una desgastada democracia. En ese sentido, sus acciones y movilizaciones, que rebasaron por mucho a las pugnas partidistas, eran un grito por recuperar espacios políticos, pero también y sobre todo por recuperar la idea de nación. Claro, el problema a debatir y que ya varios líderes de organizaciones indígenas e incluso miembros de Pachakutik han puesto sobre la mesa es: y bueno, ¿qué nación queremos construir?. Y más aún, qué forma debe tener para que estén incluidos en esa idea de nación los indígenas, las clases medias, los obreros, etcétera.

Del No y de los puentes que vienen

El grito que se escuchó durante las recientes movilizaciones, el "que se vayan todos", constituye la culminación de un proceso de desgaste de la clase política ecuatoriana y puede marcar el inicio de una nueva forma de relación de la gente con el poder; no es que las esperanzas de la gente se hayan derruido, sino que fueron depositadas en otra parte, lejos de los actores tradicionales de la política que han demostrado una y otra vez la falta de respeto por la población que hasta hoy fue vista como dócil electorado que deambulaba entre uno u otro candidato.

"Que se vayan todos (los políticos)" es más que un deseo y una valoración de los últimos años de desastres gubernamentales; es un severo cuestionamiento al papel del poder frente a la sociedad, y de ésta en tanto agente de cambio. Es un cuestionamiento también a las formas de grupos de la sociedad organizada, que repensarán desde ahora la viabilidad de apoyar o formar parte de un proyecto que se plantee la política tradicional y partidista como camino para una auténtica transformación. Es al final, también un cuestionamiento a la idea misma de democracia representativa que ha fracasado en la capacidad de tender verdaderos puentes entre sectores de la sociedad y el poder, y que deja debilitada la noción de comunidad nacional. No es casual que en las manifestaciones las banderas ecuatorianas tuvieran un papel tan importante, ni que se cantara el himno nacional a la menor provocación: hay un sentimiento de pérdida de una identidad nacional a favor de un Estado en crisis que no convoca sino provoca la necesidad urgente de una "refundación nacional".

"Que se vayan todos" no es pues, una frase retórica, como tampoco es una metáfora: el mensaje es directo y sin cortapisas, y proviene de un sentimiento más que genuino anclado en la experiencia reciente del pueblo ecuatoriano.

Los forajidos, más allá del debate sobre si son o no son absolutamente genuinos, o si no han formado una propuesta programática, están abriendo una grieta importante por la cual otros sectores de la lastimada sociedad ecuatoriana pueden pasar, creando puentes y vínculos que permitan, más allá del descontento y la indignación, la construcción de verdaderos programas de acción que vengan desde abajo. No es sólo un paso, es uno importantísimo.

[fuente]
http://www.revistarebeldia.org/

Valid XHTML 1.0! Valid CSS!

:: http://www.llacta.org ::