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Borrachos con las remesas

Alberto Acosta

La Insignia

Quito, 7 de diciembre de 2005

En la ronda faltaba el Banco Mundial. Ya otros organismos multilaterales habían abordado el tema. El BID trabaja sobre la materia desde hace rato, procurando abrir canales para que la banca privada saque tajada de la remisión del esfuerzo de millones de personas provenientes del mundo empobrecido que trabajan en países desarrollados. Hasta el FMI presentó, hace un par de meses, un documento sobre la cuestión. Todos estos organismos, con el eco de muchos gobiernos, que inclusive las asumen como un triunfo (¿?) de su gestión, han reconocido la significación económica de las remesas.

Del flujo mundial de remesas, que habrían alcanzado más de 232 mil millones de dólares en el presente año, 167 mil millones se canalizaron hacia los países empobrecidos; en América Latina y el Caribe se concentraron más de 42 mil millones. El Banco Mundial asegura que las cifras podrían incrementarse en un 50% si se considerara las remesas enviadas por canales informales. Los montos son, de todas formas, enormes. Son valores que superan en mucho a la mal llamada ayuda al desarrollo, a las inversiones sociales y también a las tan ansiadas inversiones extranjeras, por las que muchos gobiernos de los países subdesarrollados son capaces de vender hasta su alma, no se diga su soberanía...

Sin menospreciar una serie de distorsiones que acarrean las remesas, es indudable su aporte para reducir la pobreza y para corregir, al menos en parte, las inequidades en la distribución del ingreso. El BID afirmó hace rato, y el Banco Mundial, lo ratificó en estos días, "las remesas son el arma más eficaz para combatir la pobreza". Además, si bien las remesas de los emigrantes no van al Estado, éste, indirectamente, dispone de mayor movilidad al disminuir las presiones sociales por efecto de estos ingresos adicionales. Las remesas le dan algo de movilidad al Estado, permitiéndole mantener reducido el gasto social para poder financiar el servicio de la deuda pública. Este efecto carambola no es reconocido por los burócratas multilaterales ni por los gobernantes ni por los ortodoxos, menos aún que las remesas, en tanto producto de la emigración, que se aceleró justamente en los años noventa como resultado de la aplicación de los programas inspirados en el Consenso de Washington, son el resultado del fracaso de sus propias políticas económicas. Por el contrario, no faltan voces en estos círculos que insisten en que los problemas surgen porque aún faltan reformas neoliberales: la vieja y estúpida respuesta de los fundamentalistas que siempre piden más de lo mismo a pesar de que resulta más de lo peor. Y tampoco aceptan, borrachitos como están de tantas remesas, que el efecto multiplicador de las mismas se mantiene en límites estrechos en la medida que ingresan a esquemas económicos neoliberales en los cuales el incremento del consumo no se refleja en un aumento de la producción local, sino especialmente de las importaciones.

Mientras no cambie la concepción de este manejo económico, el aporte de las remesas no será un verdadero pilar para ampliar las capacidades de los países expulsores de mano de obra. No será, en definitiva, un impulso para el desarrollo, que es la mejor alternativa para desalentar la estampida de seres humanos.

[fuente]
http://www.lainsignia.org/2005/diciembre/ibe_023.htm

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