Quito, 26 de abril de 2006
La rebelión popular de miles de jóvenes en París, que se extendió rápidamente al resto de Francia durante 19 días consecutivos, entre el 27 de octubre y el 15 de noviembre de 2005, rebelión y protestas incendiarias por muchas noches, sin contar los días de tensión. Fue rebelión de hijos y nietos de inmigrantes africanos, reclamando inclusión social e igualdad de oportunidades.
Las recientes manifestaciones de cientos de miles de inmigrantes hispanos, nunca antes vistas, en el corazón político y financiero de Washington y Nueva York y en especial las grandes marchas y protestas en Los Ángeles que sobrepasaron el millón de personas, acciones programadas a lo largo y ancho del país reclamando la necesidad de aprobar una reforma migratoria humanitaria para los más de once millones de inmigrantes sin papeles que viven en los Estados Unidos, nos plantean las duras realidades de la migración, la pobreza, el hambre, el desempleo, la exclusión y la desigualdad.
Nos muestra también las profundas e inmensas diferencias entre ricos y pobres desde una visión de países desarrollados que todo lo tienen y países en desarrollo que gran parte de su población viven en situación de pobreza extrema en el marco de un crecimiento de población muy elevado.
La gran mayoría de latinoamericanos que emigran a Estados Unidos no ignora que la penosa decisión de emigrar fue para librarse del hambre, la miseria y la desocupación, situación a la que fueron arrojados nuestros países para hacer marchar la economía norteamericana bajo el falso pretexto de globalización, engañoso símbolo de progreso y prosperidad. Las corporaciones multinacionales se enriquecen desorbitadamente, mientras que nosotros perdemos todo. Hasta nuestros recursos naturales, fueron entregados a las corporaciones transnacionales y en especial a las estadounidenses.
"Llegó la hora de reclamar, seamos "con papeles o sin papeles", seamos "legales o ilegales", pues", era uno de los gritos de los inmigrantes que protestan en los Estados Unidos, y es que no se trata de una simple frase o de un grito más de protesta. Se trata de derribar los muros que nos dividen o mejor dicho eliminar la línea divisoria que viene trazándose, después de la creación del Estado Moderno, entre ciudadanos y no ciudadanos, entre ricos y pobres.
Es urgente hablar y no se trata de comentar el asunto, o de hacer una simple discusión de conceptos, o de dar un paseo fugaz por el tema migratorio, o de tener "compasión de los inmigrantes" como declaró el presidente George Bush, sino que, hay que hacer un debate estructural en profundidad sobre el problema que está apuntado a la degradación económica y desgracia social que ha estado y está sometida grandes masas de población de Centroamérica y Suramérica , hoy dispersas en los suburbios de las más importantes ciudades del planeta.
Debatir el tema es de vital importancia, porque de su dinámica, de sus decisiones y de las políticas que se tomen desde los países desarrollados y porque no también de los países en desarrollo receptores de migrantes, depende o no el brote de una violencia impredecible. El problema radica en que, junto a la pobreza extrema de los países en desarrollo, la ciudadanía de los países ricos se ha convertido en un estatus privilegiado y dejó de ser un factor de inclusión. Otro problema que se enfrenta es la separación de lo económico y lo social, como si se tratara de separar lo bueno de lo malo, cuando son dos factores que tienen que marchar unidos.
Esas multitudinarias manifestaciones de inmigrantes hispanos en Estados Unidos, como aquel levantamiento popular de jóvenes hijos y nietos de inmigrantes africanos en Francia, son expresiones de un colectivo maltratado y excluido por decir lo menos. El mundo desarrollado, rico y privilegiado está montado sobre una gran olla de presión humana que sino se obligan a remover sus verdaderas causas, la presión será tan fuerte que la explosión social alcanzará formas de violencia incontrolada.
Por eso, llegó la hora: ¡Debate y decisiones!...
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