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Lo que esta en juego en el proceso electoral y algunas tareas para la izquierda

Augusto Barrera

Quito, 28 de septiembre de 2006

Hace tres o cuatro meses esta campaña electoral no presentaba expectativas mayores de cambio. De hecho, el holgado primer puesto de Rodos y la disputa de Viteri y Noboa por segundo planteaban un escenario de recomposición de los partidos y una continuidad del poder. No obstante, persistía el dato de la gran apatía, de la falta de interés o del franco rechazo al proceso, a los políticos, a todos. Era, sin embargo, un dato inocuo porque no lograba expresarse como fuerza de cambio.

El crecimiento de la candidatura de Correa le ha dado a la campaña electoral otro contenido y la ha convertido en oportunidad para poner en cuestión el país, la política y el poder. Paradójicamente esto no ha ocurrido principalmente por la acción de este candidato; sino por el lugar en el que ha terminado parado en el imaginario social.

En efecto, gran parte de sus apuestas resultaron al revés y eso terminó, sumado a una desastrosa estrategia de los otros, abriendo aun espacio por el que se desfoga una vez mas la necesidad de un cambio. Correa aspiraba inicialmente a materializar un acuerdo con la ID y eso se frustró por la desconfianza de este partido. A la larga, eso le libró del estigma de los partidos, le permitió desmarcarse de ellos y encarnar el discurso en contra de la partidocracia. Luego, intentó un acuerdo con PK con la idea de construir una alianza con una base social y una fuerza orgánica; la negativa de PK le alivió el peso del posicionamiento (méritos y desgaste) del movimiento indígena y le permitió incorporar algunas de las tesis sin necesidad de compartir protagonismo. La alianza con el PSE en condiciones de debilidad absoluta fue solo un recaudo por si habría problemas de inscripción, pero es evidente que el PSE es el actor invisible de la campaña. Las dificultades para asegurar los acuerdos suficientes con un conjunto heterogéneo y conflictivo de fuerzas locales, se resolvió por la vía de no poner candidatos a diputados, lo cual le sintonizó con el rechazo de la población al congreso. Con atributos de buen candidato, sin pesos que cargar, sin filtro orgánico ninguno, sin anclajes partidarios; sin estructura visible a quien dar cuentas, la candidatura subió como un globo elevado por los vientos del anhelo de cambio del pueblo y por la torpeza de los grupos de poder.

A ello hay que sumar las fracturas evidentes y los errores garrafales de los partidos tradicionales. El cuadro socialcristiano es patético. León se convirtió en el jefe de campaña de Correa, y, Nebot no ha movido un dedo por Viteri. Está esperando otra guerra. Roldós apostó a atesorar sus votos, negándose a ver que no siempre los indecisos se distribuyen como las tendencias ya marcadas. La ID no le ha apartado una estructura sólida. La 12-29 es la suma de pequeñas campañas individuales en las que el propio Roldós, más que un proyecto político, aparece como un pretexto.

Este cuadro electoral solo puede entenderse en el contexto de un proceso político más profundo. Es el extendido hastío, rabia, cansancio, desprecio de la población frente al estado de las cosas en el país. Aunque los datos de la macroeconomía suenan bien, el empleo y el ingreso son la angustia diaria; no se logró ni una sola reforma, aunque sea de maquillaje; el trofeo de la nueva Corte se ha desplomado con los borbuviedos; los partidos, el gobierno y las instituciones se burlaron de la caída de Gutiérrez y entendieron equivocadamente que el único fantasma era Lucio y por supuesto era derrotable.

Pero el fantasma está ahí, vivo y coleando. No es Gutiérrez y ni siquiera Correa. Es el profundo, extendido y perdurable sentimiento de hartazgo de la población. Los mecanismos de dominación tradicionales están fisurados y hay un proceso de radicalización de un segmento importante de la sociedad que no tiene casi nada que perder. "No nos escuchan, no le hacen caso a lo que reclamamos, no atienden nues­tras demandas, el gobierno sólo le sirve a los ricos", es una frase que parece expresar un amplio sentir.

De alguna manera hay una línea de continuidad en este proceso. Gutiérrez representaba, en su rudimentaria forma, una opción antisistémica y rápidamente se traicionó. En su traición golpeó fuertemente a un sector organizado del movimiento indígena y a otros sectores sociales. No obstante, el ciclo de su triunfo, traición y derrota, aunque con el saldo de un movimiento indígena debilitado, no ha modificó una tendencia histórica y social más profunda: el deseo de cambio, el hartazgo.

Por ello, el cuadro que nos presentan los sondeos en estos días tiene algunas aristas positivas. Hay una tendencia de centro a la izquierda que se consolida, a la que podrían sumarse los nulos y los blancos. Se trata de un mandato de cambio. Las dificultades socialcristianas de ser siempre imbatible, la bufonada de Noboa y los intentos de sobrevivir del populismo abdalacista deberían son buenas noticias. Marcan una tendencia a superar las formas más patrimoniales de la política. Incluso del desgaste de la ID acostumbrada a ser factor de continuidad y no de estabilidad, pudiera abrir otros cauces en la forma en que se piensa ese partido.

Pero de todos modos, esto es insuficiente para que ese anhelo de cambio se materialice en términos positivos. En todo cambio es necesario confrontar, destruir, anular; pero también es indispensable construir, dialogar, acordar. Los cambios exitosos son lo que se materilizan y en los que el balance final es una sociedad que globalmente gana.

Una segunda vuelta polarizada puede ser una primera trampa si la disyuntiva que se presenta es entre la recomposición de la partidocracia y el "único y verdadero" cambio. Un gobierno de Roldós asentado en las fuerzas más conservadoras del país se encontrará en un rápido escenario de movilización social y tendrá que esconder su actual consigna de acabar con los padrinos. Un gobierno de Correa que no pueda considerar que la profundidad histórica y la diversidad político social y cultural de la izquierda y el pueblo es más que su biografía, podría producir un efecto, no solo de polarización con la partidocracia, sino de anulación de las formas democráticas que se han construido y resistido a lo largo de décadas este estado de cosas.

Por ello es indispensable darle el más alto sentido transformador a la coyuntura que estamos viviendo y profundizar el sentido de tendencia. Ello supone debatir de manera profunda, coherente y precisa los aspectos programáticos y las estrategias de los candidatos, identificar los elementos centrales de esa transformación, sus agentes, las alianzas, los adversarios, incluso consolidar acuerdos básicos para evitar que el fracaso a la hora de las realizaciones. Un giro real en el modelo económico afectará grandes intereses y solo podrá ser enfrentado con grandes acuerdos.

Particular importancia tiene ahora la reforma política. No es suficiente la radicalidad de la propuesta de Asamblea. Hay que precisar como llegar, las reglas, pero también la viabilidad política. Hay que discutir con precisión los contenidos. Tesis como la elección de diputados en la segunda vuelta, una distritalización generalizada y la disolución del Congreso son tesis de la derecha; esté quien esté en el Gobierno.

Debemos repensar una vez más los alcances de la asamblea no solo en relación a la nueva constitución y las grandes complejidades que ella entraña, sino incluso a la reestructuración de la justicia, de los tribunales y organismos de control.

Una organización política que tiene como razón de ser una transformación real, radical, profunda en las estructuras de poder no puede estar ausente de este proceso. Y la historia juega con frecuencia la mala pasada de enfrentar los tiempos de desarrollo propio con los tiempos políticos generales.

Por eso debemos resolver realmente la voluntad de unidad interna y enfrentar esta perspectiva de cambio. Eso no implica en ningún caso dejar la autonomía frente a las candidaturas en la segunda vuelta. Lo que cabe es exigir el cumplimiento de los planteamientos transformadores. Profundizar la tesis de la asamblea con reglas democráticas; construir un polo de fuerzas y ciudadanos con los que coincidimos total o parcialmente en estas tesis. Debemos ser un factor que aliente, propicie, organice y le de viabilidad política al cambio. Esa es nuestra tarea en esta coyuntura.

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