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Elecciones en Ecuador: de la izquierda y los fuegos de artificio

Pablo Dávalos

Quito, 10 de octubre de 2006

Las elecciones ecuatorianas presentan la paradoja de tener como posible finalista a un candidato de izquierda, el Econ. Rafael Correa, sin el apoyo de los principales partidos políticos de la izquierda ecuatoriana, salvo el Partido Socialista, que es en realidad una fracción relativamente minoritaria del conjunto de la izquierda ecuatoriana, ni tampoco el apoyo de las organizaciones y movimientos sociales, entre ellos, el movimiento indígena.

De su parte, la derecha ecuatoriana parece haber perdido la brújula y se ha empeñado en convertir a Rafael Correa, el outsider de estas elecciones, en el centro de sus ataques proyectándolo, al parecer sin proponérselo, como figura política nacional y como único contrapunto al sistema político que ellos representan, desalojando de esa posición a los movimientos sociales que siempre habían sido críticos incluso con la democracia liberal.

Conforme avanza el tiempo electoral, Rafael Correa ha ido radicalizando su discurso y sumando adhesiones a su candidatura. Sin embargo, los temas que ahora son parte del debate electoral en el Ecuador, como aquellos de la convocatoria a una Asamblea Constituyente y una reforma política radical, las nacionalizaciones de los recursos naturales, el cambio del modelo económico, el rechazo al ALCA y a los Tratados de Libre Comercio, y que en esta coyuntura electoral han sido utilizados por el candidato Rafael Correa, en realidad, son temas que han formado parte de la agenda de los movimientos sociales y, de hecho, han sustentado sus movilizaciones de los últimos años, de ahí que sorprende la distancia que hayan puesto estos movimientos sociales, entre ellos el movimiento indígena, con una candidatura que aparentemente podría representarlos y que, incluso, podría llevar adelante su agenda dentro del sistema político.

Se trata de una distancia que implicó la imposibilidad de una alianza electoral del conjunto de la izquierda ecuatoriana, y que se ha traducido en una orfandad política y social del partido político que apoya al Econ. Rafael Correa, el movimiento Alianza País; una orfandad, cabe decir, que le ha obligado a tejer una política de convergencias con los sectores más diversos que incluyen un amplio abanico que va desde la derecha hasta la izquierda, lo que le resta a este partido espesor ideológico.

Es por ello que sorprende el hecho de que este partido político, como es el caso de Alianza País, que no tiene ningún historial de movilizaciones sociales que respalden su actual agenda electoral y que ha sido creado para ganar las elecciones, es decir, para inscribirlo dentro del formato de las luchas electorales, tenga como mascarón de proa de su campaña política, justamente, la crítica a los partidos políticos y al sistema de partidos y utilice la agenda de los movimientos sociales como recurso electoral sin haber logrado una política de alianzas con estos movimientos sociales.

Se trata, a no dudarlo, de una contradicción de aquellas que son ya frecuentes en el Ecuador. Quizá sea por ello que la izquierda ecuatoriana, y los movimientos sociales no hayan auspiciado ni se hayan comprometido con un proyecto electoral que recuerda algunas iniciativas de la política electoral ecuatoriana, que luego de las elecciones se disipan rápidamente, salvo que las ganen, y en ese caso se convierten en verdaderos enigmas sobre la direccionalidad que tendrá su gobierno.

En efecto, en la última década, el Ecuador ha asistido a la creación y emergencia de varios partidos políticos hechos solamente para participar en las elecciones y que fueron construidos a la imagen y semejanza de su candidato presidencial, son partidos en los que la imagen del candidato a presidente generalmente es más importante y con mayor dimensión que la propia estructura partidaria, son los casos del partido Unión Republicana, PUR, que en 1992 ganó las elecciones con el derechista Sixto Durán Ballén, o el caso más reciente del partido Sociedad Patriótica, que en alianza con el partido Pachakutik ganó las elecciones del 2002, con Lucio Gutiérrez y que una vez en el gobierno cambió de brújula e hizo una alianza con los sectores más oligárquicos del Ecuador.

Entre el PUR, Sociedad Patriótica, y ahora Alianza País, han existido una multiplicidad de partidos-candidatos que han desaparecido luego de las elecciones, o que en el caso de ganarlas se han demostrado como eficaces instrumentos del poder oligárquico y neoliberal; de ahí que la izquierda y las organizaciones sociales vean con desconfianza estos partidos-candidatos que pretenden convertirse en momentos fundacionales de la política, borrando la amplia historia de luchas, resistencias y movilizaciones en contra del neoliberalismo y del poder.

Son partidos-candidato que arriesgan una propuesta del todo o nada, que siempre están en una fuga hacia delante, que tienden a quemar todos los barcos, y que apelan a todos los recursos que puedan tener a su haber, como el populismo, las redes clientelares, el radicalismo, la demagogia, la promesa fácil, las agendas imposibles, para ganar una elección. Su tiempo histórico es el de ahora o nunca y su líder adquiere las características del mesianismo.

Este es el contexto que rodea a la candidatura de Rafael Correa, y a su partido Alianza País, que al llegar al ballotage, como parecen indicar las encuestas, tendrá que necesariamente reconstruir su política de alianzas si pretende tener un mínimo de gobernabilidad para su eventual régimen.

Sin embargo, el hecho de que Rafael Correa, en su fuga hacia delante por captar más votos, vaya radicalizando más su discurso y se vaya comprometiendo con posiciones de izquierda realmente importantes, como aquella de negarse a calificar de terroristas a las FARC, ha provocado un enorme remezón en el sistema político del Ecuador que ya lo visibiliza como su principal enemigo; y, de otra parte, su candidatura es vista en el ámbito internacional como una recuperación de la izquierda política en el continente y, de ganar las elecciones, la probable incorporación del Ecuador al eje Chávez-Morales, lo que significaría un revés importante para la agenda norteamericana en la región, y una recuperación de la imagen de Chávez que quedó muy golpeada luego de su desafortunada intervención en las elecciones peruanas.

Las declaraciones del candidato Correa dan a pensar, efectivamente, de que en Ecuador la alternativa es entre una izquierda que bien puede sintonizar con la revolución bolivariana, y una derecha retrógrada y oligárquica que no parece recuperarse del derrumbe de sus pronósticos y de sus escenarios.

Pero las apariencias engañan y en el caso ecuatoriano los discursos de los candidatos tienen que ser vistos como recursos electorales más que como opciones reales de gobierno. Ya se tuvo una experiencia reciente con el entonces candidato Lucio Gutiérrez que era profundamente antimperialista en el momento electoral y una vez electo se declaró el mejor aliado de Estados Unidos. Su elección también fue vista como una recuperación de la izquierda en América latina, sabemos ya el epílogo de esa historia.

Ahora bien, en el caso del Ecuador, habida cuenta que en apenas diez años hayan habido siete presidentes, lo importante no es llegar al gobierno sino mantenerse en él. Lo que en Venezuela o en Bolivia puede ser considerado como un triunfo electoral de la izquierda, en Ecuador esa coyuntura puede transformarse rápidamente en su contrario.

No depende de la buena o mala voluntad que tenga el partido Alianza País, y de su candidato a presidente, Rafael Correa, de llevar adelante una agenda de izquierda radical y comprometida con los sectores populares, sino de la capacidad que tengan las organizaciones sociales de sustentar y sostener esa agenda de izquierda.

En efecto, Alianza País es demasiado débil como para sustentar por sí mismo los puntos más importantes de su agenda política, como las nacionalizaciones o la reforma política por la vía de una Asamblea Constituyente, además de que no tiene un solo diputado en el Congreso por su negativa a presentar candidatos a diputados por el desprestigio de la partidocracia.

A pesar de que su votación sea importante, esta votación no se traduce necesariamente en organización social y en capacidad de movilización, sobre todo en un contexto como el ecuatoriano en donde las recientes movilizaciones del movimiento indígena derrotaron la pretensión gubernamental de firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Por ello, ningún candidato puede ofrecer suscribir o no un Tratado de Libre Comercio con EEUU, porque se trata de un acto político que los rebasa por la existencia de poderosos movimientos sociales que tienen una enorme capacidad de veto.

Si las organizaciones sociales, que en el Ecuador realmente son importantes y poderosas, como es el caso de la Confederación Indígena, CONAIE, ponen distancias con el eventual gobierno de Alianza País y de Rafael Correa, al que, por lo demás, nunca lo han considerado como parte de sus instancias organizativas ni tampoco como uno de sus aliados en sus movilizaciones y luchas sociales, éste tendrá que buscar en otros sectores, necesariamente, las condiciones que le permitan tener un mínimo de gobernabilidad y de estabilidad a su eventual gobierno; y esto significa que podría entrar a negociar con aquellos sectores tan denostados del sistema político y de las oligarquías, pero que a la larga le pueden otorgar estabilidad e impedir que su gobierno sea algo más que un sueño de una noche de verano, lo que en Ecuador no es una eventualidad sino una plausibilidad.

Es decir, el hecho de que gane en las elecciones un partido como Alianza País no significa en modo alguno que la izquierda haya ganado las elecciones y que Ecuador ya podría sumarse al eje Chávez-Morales, para que eso suceda aún faltaría lo más importante: que la disputa política del poder baje del escenario electoral a aquel de la movilización y lucha social, es decir, la lucha de clases, y que el eventual gobierno de Alianza País transfiera la capacidad de decisión gubernamental precisamente a los sectores sociales que le podrían dar sustento y base, ya no a su gobierno sino a un programa político de transformación real y de largo aliento.

Alianza País, y Rafael Correa, entonces, tendrían que subsumirse a las dinámicas sociales, respetarlas y convertirse en momentos de la lucha de movilización en contra del liberalismo y por la descolonización de la democracia. En ese sentido, ese eventual gobierno sería transitorio en el sentido histórico del término. Alianza País habría cumplido el rol histórico al haber permitido acceder al gobierno desde una plataforma hecha desde los movimientos sociales, y tendrá que dar paso a las dinámicas democratizadoras de esos movimientos sociales, sin embargo, para eso Alianza País tendrá que transformarse de partido-candidato en parte de un proyecto político, y tendrá que ser reconocido y legitimado desde ese proyecto político, es decir, la lucha social.

¿Tendrá Alianza País la capacidad de llevar adelante esas transformaciones? ¿Superará la ambigüedad de su discurso y las tentaciones del poder? ¿Tendrá la capacidad de comprender que si lleva adelante este proceso esta misma dinámica histórica puede liquidarlo como partido político, mas a pesar de ello apoyarlo?

Sin embargo de estas inquietudes subyace una cuestión de fondo y que tiene que ver con la reflexión anterior y con las distancias entre Alianza País y los movimientos sociales en el Ecuador: ¿van las organizaciones y movimientos sociales ecuatorianos a sustentar y sostener la agenda política de Alianza País? Esta será la cuestión política más importante del Ecuador, más importante incluso que las propias definiciones electorales. De cómo se responda a esta cuestión se podrá decir que en el Ecuador ha ganado definitivamente la izquierda, o que, como en el caso de Lucio Gutiérrez, y de Sociedad Patriótica, Alianza País y su candidato fue una nueva versión de la traición a una esperanza.

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