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Deuda Externa: ¿Del lado de los mercados o del lado del país?

Magdalena León T.

Integrante del Grupo Nacional sobre la Deuda (GND)

Quito, 8 de junio de 2007

La ya vieja afirmación de que el capital no tiene patria se ha confirmado con creces en estos años neoliberales. Ahora vemos que también algunas personas, sin ser necesariamente poseedoras de capitales, han perdido la noción de patria, o están temporalmente extraviadas por la confusión que crean el mercado total, sus beneficiarios y sus trampas.

El escándalo en torno a la deuda en bonos 2030, levantado con tanta desinformación, ha tenido la triste utilidad de poner al desnudo el grado de desconocimiento en la materia, y de evidenciar hasta qué punto la supremacía del interés privado ha invadido mentes y corazones, incluso de quienes no tendrían intereses inmediatos o vínculos directos con el mercado financiero, y aún de unas/os cuantos que dicen compartir una visión de cambio.

Así como en el fútbol muchos fungen de apasionados técnicos, ahora se multiplican los abogados gratuitos de los acreedores. Recitan reglas extranjeras y nacionales, por las cuales, de acuerdo a interpretaciones cada cual más peregrina, el país podría ser demandado y sancionado con altas sumas.

Otros no recitan nada, pero igual se ensañan contra el país y se escandalizan de que haya ocurrido un hecho especulativo en el negocio de bonos, es decir, de uno más de los episodios que se dan cotidianamente en ese mercado, configurado precisamente con tales fines. Ahí, todos los días alguien gana, alguien pierde. Todos los días varían cotizaciones por uno u otro motivo, la gama de señales que el mercado percibe e interpreta es amplia, a veces incluso hay comportamientos caprichosos; no hay lugar para la transparencia y sí para los negociados. Por eso y para eso se han inventado los seguros y otros derivados de los bonos.

A ese mercado sin transparencia está atado el país a través de los bonos. Se ha llegado ahí por rutas escabrosas, por sucesivos planes que estatizaron deudas privadas y transfomaron en bonos incluso deudas ya extinguidas, siguiendo políticas que han impuesto esa modalidad para el endeudamiento de los países, acentúando las posibilidades de corrupción y negociados. La deuda con bancos y bonos representa hoy un 41% del total de la deuda pública; los bonos 2030 corresponden a un 27%.

La tesis del no pago y de la ilegitimidad de la deuda, que dicen asustó al mercado, es una tesis económica, geopolítica y ética que implica una estrategia compleja e integral, la adopción de medidas e instrumentos innovadores en un proceso que no será inmediato e instantáneo. Esta no es sólo la perspectiva de quienes la sostenemos, sino que también es así percibida por analistas financieros internacionales que orientan a los mercados. Ellos no vieron motivos de alarma en la posición del nuevo gobierno, pues no puede ser traducida en términos simplistas como ahora lo hacen los nuevos defensores criollos de bonistas y negociantes.

En ese afán de transformar el cotidiano irregular de los mercados en un acto aislado de manipulación del país, se han mezclado hechos y fechas sin ninguna coherencia o sentido común. Se transforma el anuncio del posible uso de la mora técnica en una afirmación de no pago; se convierte una reunión del Ministro con representantes de ese mercado financiero para recabar información, en un acto consumado de manipulación de mercados, y hasta se llega al absurdo de insinuar que hubo dinero repartiéndose en ese marco. Se endosa al gobierno la obligación de mantener reserva sobre información que, en rigor, rige para las empresas financieras que hacen de intermediarias.

Ya sea en boca de analistas vinculados a esos mercados, o de alguna congresista de las más ilustradas, el razonamiento es el mismo: las declaraciones gubernamentales sobre política económica constituyen información privilegiada, se ha manipulado al mercado y eso ha dado beneficios a negociantes de seguros. Algunos tienen el mínimo de decencia de reconocer que el país no ganó ni perdió, pero insisten en que propició ganancias de terceros, y por tanto debe ser sancionado. ¿Qué explica semejante coincidencia en argumentos y posiciones, que en el fondo apuntan a estigmatizar al país?

Aseguran que es necesario transparentar quién se benefició con la supuesta manipulación del mercado, y que urge pedir la intervención de instancias estadounidenses para aclarar y sancionar.

¿Qué debemos transparentar? ¿Es posible seguir y develar transacciones de mercado que tienen su propia lógica y ninguna ética? Si es así, para qué períodos?

Las preguntas resultan erradas. No hay que preguntarse quién ganó y quién perdió por las posiciones y declaraciones soberanas y legítimas, sino quién gana y quién pierde con las afirmaciones que tergiversan actos normales de gobierno en lugar de cuestionar a los mercados y sus mecanismos perversos. Debemos preguntar qué perjuicios ha causado el mercado financiero al país, no lo contrario.

Como país y como región, nos importa lo de fondo: encontrar el modo de romper ataduras con ese espacio tramposo, resolver de manera definitiva el problema de una deuda que tiene el sello de la ilegitimidad; avanzar en políticas alternativas, en una nueva institucionalidad que ofrezca otras fuentes de financiamiento, que funcionen con transparencia, con soberanía, con respeto.

En estos momentos enturbiados y confusos, nos conviene recordar que somos un país soberano, no una masa de clientes pagadores de bonos, asustados por los mercados, sin voz ni voluntad.

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