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La cultura Awá

Diego Montenegro

Diario El Comercio, edición digital

Quito, 22 de julio de 2007

Los Awá y su rica cultura

En la comunidad de Rioverde, Imbabura. Yolanda Canticuz prepara majao para el almuerzo de sus hijos (Foto: El Comercio)

Wakuntay, wakuntay (buenos días, buenos días), dice con una voz aguda y clavando su mirada en el piso. El hombre de tez trigueña, pómulos pronunciados y pelo lacio y grueso no extiende la mano para saludar.

Nane mishamou (¿cómo se llama?) es la siguiente frase que suelta. Jorge Pay es Awá y al encontrarse con personas que no son de su etnia, finge estar enojado y sin soltar su machete, se apresura a saludar en awapit, su lengua nativa. Aquí somos pobres, pero la comida no falta.

Sus botas de caucho lucen deterioradas al igual que su pantalón de tela y su camiseta percudida. El encuentro es en uno de los senderos que atraviesa el monte y une a las casas que están dispersas en Guadualito (San Lorenzo).

Esa es una de las 22 comunidades de la nacionalidad Awá, que están enclavadas en las 115.000 hectáreas que ocupan los 3.500 nativos, en las provincias de Carchi, Imbabura y Esmeraldas. En Colombia, habitan alrededor de 30.000, en 450.000 hectáreas de bosque.

Es temprano, la humedad y el calor hacen que la ropa se pegue al cuerpo y Pay retoma el recorrido por el sendero, que a escasos metros es borrado por un suelo fangoso y amarillento. Habla poco y es de caminar ligero. No se confunde al elegir el atajo cuando el sendero se bifurca.

Después de caminar más de una hora, entre las plantas de plátano, cacao, papaya, y los árboles de copal, cuangaré, jigua y chalde, aparece una casa levantada con madera de caimitillo y palos de chonta.

La vivienda tiene una arquitectura sencilla: un cuarto grande de forma rectangular, asentado sobre cuatro piedras cuadradas.

Toda la estructura está cubierta con hojas de bijao (similares a las de plátano, pero más grandes). Según los directivos de la Federación Awá del Ecuador, en todo el territorio de su dominio hay 550 viviendas de ese tipo, una por familia.

La casa es alta y en un extremo del cuarto está instalada la cocina, un espacio rodeado por cuatro palos de chonta, que encierran a la leña seca y a cuatro tulpas, sobre las cuales reposa una olla tiznada y pequeña.

En el estero de Ricaurte, Esmeraldas. Eladio Delgado alista su katanga para la pesca (Foto: El Comercio)

Para Yolanda Catincuz, madre de 12 hijos, el mayor de ellos de 18 años, ese es el sitio más acogedor de la casa. Nos reunimos alrededor del fogón para conversar. Mi padre nos cuenta las historias del monte.

Los viejos son los que transmiten oralmente las enseñanzas y los secretos para sobrevivir en el bosque. Luis Canticuz no se cansa de repetirles a sus nietos, bajo el cobijo de una luz natural que se vuelve tenue por el atardecer, que para el Awá es presagio de buena suerte pensar todo en función de cuatro elementos.

Cuando construyas tu casa tienes que hacerla con cuatro paredes, cuando salgas de caza tienes que traer cuatro ó 12 animales, insiste.

Es cerca del mediodía y Pay llega a su casa. El calor no lo debilitó y para él, aplacar la sed no fue un problema. Lo hizo con agua de río, cacao y papaya, frutos propios de la zona.

Se reencuentra con su familia justo a la hora de almuerzo. Su mujer, Gladys, le tiene lista la comida: un plato de arroz hecho bolas y plátano molido. Al siguiente día, en la comunidad Ríoverde (Imbabura), Rosa Nastacuaz les sirve el mismo potaje a sus hijos. Ella tiene 30 años y pone los platos en el piso para que cada uno retire el suyo.

El plátano y la yuca son los principales productos que consumen los Awá en el almuerzo. Comen carne solo cuando el jefe de hogar logra cazar una guanta o un guatuso.

El desayuno es diferente: una porción de chontaduro tostado con café. El chontaduro es una fruta harinosa que se parece al hobo, que para ellos es como el pan de los mestizos.

Los Awá se abastecen en sus fincas. A ninguno le falta tierra porque antes de nacer, su padre está en la obligación de encontrar en el monte un espacio para que su hijo lo cultive cuando ya escoja a su mujer. Cada uno tiene cerca de 10 hectáreas.

Felipe Cuajiboy, dirigente de la Federación de Centros Awá de Esmeraldas, dice que asegurar la tierra para sus miembros es parte de la organización social de la nacionalidad.

Es de noche y Pay se acuesta en el piso de chonta de su casa y se cubre con una manta delgada. Junto a él, formando una fila, se ubican su esposa y sus hijos.

El fin de semana es para el intercambio

Las ferias de los viernes y sábados son los principales sitios de encuentro de los Awá con los mestizos y con los negros. Los primeros caminan durante horas para llegar a los mercados itinerantes, que se realizan en las parroquias Lita (Imbabura), San Lorenzo (Esmeraldas) y El Chical (Carchi).

Ríoverde es la comunidad Awá que está más cercana a Lita y quienes viven allí tienen que caminar hasta cinco horas para lograr el intercambio. Por esta época, Santiago Nastacuaz oferta naranjilla. Desde la madrugada alista su caballo para movilizar la carga.

Ya en la feria, le pagan 70 dólares por 45 cajas de la fruta.Con ese dinero, Nastacuaz, compra arroz, sal, aceite, jabón... Además, tiene que pagar 10 dólares por el alquiler del caballo. Los comerciantes, que en su mayoría llegan de Ibarra, también llevan ropa, electrodomésticos, enlatados, dulces y colas.

Después de comercializar sus productos y de comprar los víveres para la semana, los Awá se quedan en el lugar hasta que los foráneos levantan los quioscos. Desde hace 10 años, Miguel Canticuz no ha faltado a la feria del sábado en Lita. Aquí se conoce a más personas. Mis dos primeros hijos se casaron con unas chicas de Ibarra.

Los nativos son expertos para las labores de caza y pesca

Eladio Delgado no muestra ni un solo destello de duda cuando dice que para los Awá, los ríos son una importante fuente de vida. El comentario lo hace mientras se alista, en el estero de Ricaurte (Esmeraldas), para iniciar la pesca.

Con mucha paciencia y destreza maneja la katanga, una canastilla que tiene la forma de pera, elaborada con bejucos. Delgado introduce la canastilla en las aguas del afluente y se sienta en una piedra para esperar que caigan las primeras presas.

Una vez que los peces entran por el orificio, ya no pueden salir porque los extremos de los bejucos apuntan hacia el interior del canasto.

Ese no es el único método que emplean los Awá para pescar. Cerca de la comunidad Balsareño, Cecilia Canticuz utiliza la barredera, una red ceñida en el contorno de un círculo hecho de madera flexible y atado a un mango largo.

Son las 17:00 y esta ama de casa sabe que a esa hora puede pescar mojarras. La hora de salida depende del tipo de pez que quiera atrapar. Aquí hay sabaleta, guaña....

Ese día le fue bien a Cecilia, logró capturar 14 peces pequeños, que preparó para la merienda.

En cambio, su esposo, Alirio Pay, prefirió salir de caza. Él no corrió con la misma suerte, a pesar de que instaló varias trampas no pudo atrapar a la raposa de monte.

Para los Awá, la caza es todo un ritual. Primero tienen que encontrar los rastros del animal (pisadas y restos de frutas comidas), luego buscan un lugar para ubicarse donde permanecen hasta que aparezca la presa. Para disparar utilizan escopetas.

[fuente]
http://www.elcomercio.com/noticiaEC.asp?id_noticia=125039&id_seccion=10
http://www.elcomercio.com/noticiaEC.asp?id_noticia=125040&id_seccion=10

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