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El «buen vivir» para la construcción de alternativas

Alberto Acosta

Revista de Casa de las Américas, 251

Quito, 15 de julio de 2008

Para ninguno de nosotros es desconocido que vivimos una época de búsqueda de alternativas, que hemos superado la etapa de la resistencia. Las opciones y las posibilidades de encontrar las respuestas adecuadas son múltiples, complejas y en ocasiones contradictorias. Creo fundamental entender, que para superar el capitalismo tenemos que trabajar con visión utópica de futuro, arrastrando, en un inicio, muchas de sus taras para llegar a caminar sin los pies del capitalismo.

El capitalismo no se supera por decreto. No desparecerá por una simple voluntad impuesta o por efecto de declaraciones líricas; pensar que ese es el objetivo constituye un grave error y no hace bien a los procesos de cambio. Es importante entonces, estar conscientes de que la tarea de superar el sistema capitalista es muy compleja y difícil, debido a las mismas limitaciones impuestas por este sistema, por lo que el reto para los pueblos de la América Latina y el mundo es particularmente arduo. Pero es una tarea indispensable, porque las condiciones actuales del capitalismo no permiten esperar más, no se puede mantener a largo plazo un modelo que resulta depredador, no sólo de la mano de obra, sino sobre todo de la Naturaleza.

Es, a no dudarlo una tarea de innegable creatividad, que nos remite al viejo Carlos Marx, cuando, en el prólogo de la primera edición de El capital, él ya anticipó que su obra fue escrita pensando en lectores que quieran aprender algo nuevo y que, también, quieran pensar por sí mismos (Ich unterstelle natürlich Leser, die etwas Neues lernen, also auch selbst denken wollen). Para salir del capitalismo, en definitiva, no hay espacio para dogmas y respuestas ortodoxas.

Quisiera plantear algunas ideas que inspiran al neoliberalismo, dentro de la lógica del sistema capitalista, para estar conscientes de cuáles son aquellos aspectos medulares que tenemos que desmontar. La eliminación del neoliberalismo no significa necesariamente acabar con el capitalismo, que es un sistema de valores, un modelo de existencia, una civilización: la civilización de la desigualdad, como lo entendía el economista austríaco Joseph Schumpeter.

Los valores fundamentales de esta civilización, desde una perspectiva filosófica e ideológica, se nutren de una serie de mensajes que han calado hondo en nuestra sociedad, así como de supuestos que difícilmente se cumplen en la realidad. En primer lugar, está el mito de que si, en un ambiente de competencia y libertad, cada individuo busca su beneficio personal, se logra al cabo el beneficio de todos –el óptimo social– idea que se conoce como teorema del bienestar. Esta es una visión ideológica sin futuro, que aun en la ciencia económica neoclásica se reconoce como una excepción, pero que ha marcado con profundidad la visión de nuestros países. Se trata de uno de los mensajes más poderosos y uno de los elementos más vigorosos sostenidos por el neoliberalismo, pues ha sabido apropiarse de un valor tan importante como la libertad; valor fundamental para cualquier transformación revolucionaria y que, por lo tanto, debe también estar presente en el actual proceso de cambios.

En segundo lugar, también se ha dicho que no podemos en este momento dar pasos hacia la redistribución de la riqueza, porque resultaría en una redistribución de la pobreza. Nos quieren convencer de que la alegoría del pastelero es la más adecuada; es decir primero hay que preparar el pastel, dejar que crezca, tenerlo listo, y luego distribuirlo. Pero esta lógica, por demás parcializada, ignora la forma sistemática en que se entrelazan los procesos económico-sociales de producción, distribución e incluso, acumulación. Un sistema productivo sólido y creciente se sustenta en una adecuada distribución –que permita potenciar y aprovechar las capacidades creativas y productivas de todos los individuos– y a su vez, un sistema distributivo es más eficaz mientras mayor sea la producción a ser distribuida. Lamentablemente la mencionada alegoría del pastelero ha estado muy presente en las élites de nuestros países, cuando escuchamos, una y otra vez, argumentos contrarios a una redistribución, lo cual en sí ya entraña una visión perversa de cuáles son los elementos que debemos abordar.

En tercer lugar, como eje de la teoría del comercio internacional, se ha introducido con mucha fuerza la idea de que debemos especializarnos en la producción de aquellos bienes que nos reportan mayores ventajas comparativas y competitivas, que en el caso de la América Latina, vendrían a ser la producción agrícola y las actividades extractivas. Esta visión dio paso a un irresponsable proceso de reprimarización de nuestras economías, desmontando los nacientes procesos de industrialización y retornando a ser productores y exportadores de materia prima.

Todos estos elementos configuraron la base de la nueva división internacional del trabajo motivada por el capital transnacional, un capital que incluso ha llegado a formar parte del poder político difuso que influye en nuestras economías y en nuestras sociedades. El poder del Estado tradicional se ha visto debilitado grandemente por este poder político difuso transnacional, que cuenta con una serie de elementos locales, los cuales le sirven de sostén para fomentar esta propuesta.

En este contexto, tenemos que reconocer que en el Ecuador, el modelo neoliberal se adentró de una manera profunda. Es cierto que no se privatizó todo, es cierto que no se implementaron todas las lógicas como en Chile, en Bolivia o en la Argentina, pero no se puede negar que la política económica del Ecuador se sujetó, casi de una manera rigurosa, a los mandatos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Evidencia de aquello fueron la desestructuración de la planificación del desarrollo y la reducción de la participación del Estado en la actividad económica en favor de las privatizaciones. ¡Cuántas veces el FMI dio instrucciones al Congreso ecuatoriano para introducir reformas acordes con las expectativas de las cartas de intención! ¡Cuántas veces la lógica del Consenso de Wáshington fue el motor y el mecanismo para organizar la economía! Basta mencionar como ejemplo el Fondo de Estabilización Petrolera, que si bien suena muy razonable, lo único que pretendió fue acumular recursos para pagar la deuda externa, en desmedro de la inversión pública, en particular de la inversión social. La lógica era abrir la economía ecuatoriana en función de las demandas de los capitales transnacionales y sobre todo de los acreedores de la deuda externa.

El Ecuador dio paso a una profunda liberalización financiera: la apertura de la cuenta de capitales en el país llegó incluso a superar los niveles que se habían dado en Chile y en Bolivia. Lo cual, unido a un irresponsable proceso de desregulación financiera que minimizó los controles sobre la banca, fue debilitando el ya frágil aparato financiero nacional. En este contexto de liberalización y desregulación financiera, apoyado por el FMI, se dio paso al salvataje bancario, con un costo enorme para el país, cerca de seis mil millones de dólares, en términos netos; salvataje apoyado y alentado por un Banco Mundial adormilado por la orto-doxia neoliberal y carente de iniciativas. Una cosa era el discurso y otra la práctica, una cosa es lo que se dice del funcionamiento de los mercados que fomenta las ganancias privadas, en donde el Estado debe preparar las condiciones para garantizar la acumulación del capital. Pero cuando aparecen los problemas, el mercado no es el culpable sino el Estado: la sencilla razón de este discurso es impedir que se afecte a las verdaderas estructuras de poder.

Por otro lado, es muy importante tener en cuenta que en nuestro país, como en el resto de la América Latina en el contexto neoliberal, se dio paso a una sistemática precarización de las relaciones laborales. La tercerización y la intermediación laboral fueron manifestaciones claras de cómo se buscó flexibilizar la mano de obra en función de garantizar los niveles de competitividad internacional, esta nueva división internacional del trabajo sustentada en que los recursos naturales y la mano de obra barata son desechables. Esto contribuyó al deterioro en las condiciones de vida de los trabajadores y a la sobreexplotación de la Naturaleza.

En cuarto lugar, debe mencionarse que el proceso de privatizaciones que se impuso en toda la región, tuvo pocos avances en el Ecuador, por algunas razones, en particular por la propia voracidad de los grupos de poder que, en determinadas ocasiones como el ámbito de la telefonía, impidieron su privatización. También debe ser reconocida la posición combativa que demostraron los movimientos sociales ecuatorianos durante todo el período neoliberal. Sin embargo, no es menos cierto que a muchas empresas públicas se les fue debilitando sistemáticamente; algunas desaparecieron, como INECEL, la encargada de la generación y distribución de electricidad, y quedaron las empresas eléctricas con un Fondo de Solidaridad, condenadas a ser privatizadas. A la empresa estatal de petróleos, PETROECUADOR, que es la más grande y la más importante del país, sistemáticamente se le ha venido descapitalizando sin darle la oportunidad para que funcione como empresa.

En quinto lugar, creo que es importante también examinar –como uno de los elementos que hay que tomar en cuenta para la búsqueda de alternativas– la pérdida sistemática de soberanía jurídica de nuestros Estados, para dar paso a una economía que ha favorecido la acumulación de capital en detrimento de los seres humanos. Tanto ha sido así, que el inversionista extranjero tiene más ventaja que el inversionista nacional. El inversionista extranjero que tiene una disputa con el Estado no la ventila en el marco de la justicia ecuatoriana, sino que se acoge al arbitraje internacional. En el momento actual, el Ecuador tiene demandas en los foros de arbitraje internacional por un monto cercano a los diez mil millones de dólares por distintos reclamos, para lo cual se han implementado una serie de leyes y normas que han menoscabado nuestra soberanía.

En este contexto, es necesario construir alternativas con base en un proceso plural. No hay un proceso unidireccional, no hay un proceso que tenga un solo camino, ni un solo actor, sino que tiene que ser eminentemente un proceso participativo. Tiene que ser un proceso revolucionario y plural en términos de sus orígenes, de su contexto, de su contenido; creo que esto es la base fundamental para la construcción de alternativas.

En el caso ecuatoriano, en el momento histórico en que nos encontramos, podemos decir que esto se ha logrado gracias a un movimiento, y a un presidente que tiene un gran liderazgo, una gran fortaleza y una gran capacidad, los cuales, por supuesto, están ayudando a transformar la historia.

Sin embargo, para llegar a esa coyuntura se acumularon históricamente las luchas de los pueblos indígenas, de los afroecuatorianos, de las mujeres, de los trabajadores, de los ecologistas, de todos los habitantes del país, del campo y de la ciudad. Empezando, incluso, con algunos empresarios honrados, patriotas, que han contribuido a este proceso. Debemos ser conscientes de que estamos viviendo, no el comienzo de un proceso, sino el resultado de la acumulación de luchas históricas que coinciden en un momento dado, no casualmente, en el Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, la Argentina, Uruguay, Chile, Nicaragua y ahora también, Paraguay. A pesar de que tenemos limitaciones burocráticas, es también parte de este proceso que se enmarca perfectamente dentro de esta transformación democrática en la América Latina.

Algo que es muy importante señalar, es que las luchas son plurales, los sujetos son también plurales. No hay una vanguardia única, indiscutible, que lidere este proceso. Hay muchos grupos, muchos actores que se suman a este proceso contradictorio y positivo, difícil; todos con sus aportes. Esto hay que entenderlo, porque esta lucha, para que tenga éxito, tiene que ser unitaria, y tiene que ser compartida. Yo no veo la lucha del pueblo indígena aislada de la lucha de las mujeres, o aislada de la lucha de los ecologistas: todas ellas forman parte de la misma lucha y de la misma estrategia unitaria.

Es crucial que tengamos claridad en los contenidos: no existe lucha sin contenido. Por ejemplo, estamos enfrentando a la sobreexplotación, pero también a la marginación de los seres humanos. Suena duro, pero hay sectores de la población (los más pobres) que ni siquiera tienen el privilegio de ser explotados, pues están al margen de la lógica del capital, y no cuentan siquiera en las estadísticas que se hacen a nivel internacional. Cuál es la libertad que otorga el mercado a estos sectores, me pregunto.

En la matriz de explotación del sistema capitalista también está la lucha de las mujeres por equidad de género, está la lucha de los pueblos indígenas y de los grupos de origen africano por superar el racismo y las marginaciones étnicas, está la lucha por recuperar los problemas de inequidad ambiental, está la lucha por superar los problemas de inequidad intergeneracional. Son múltiples luchas, múltiples inequidades, múltiples procesos que tienen que ser entendidos e integrados en una lucha grande, en una revolución plural, unitaria y democrática.

En este contexto, y para concluir, plantearía cinco elementos que me parecen fundamentales, priorizando lo económico. Creo que es importante poner en consideración la necesidad de ir construyendo la visión del país que queremos, ir elaborando colectivamente una visión de país diferente. Una de las características en la etapa de la resistencia ha sido defendernos de todas las avalanchas que venían de afuera, defendernos de todas las avalanchas creadas, incluso, desde adentro, defendernos de todo sistema marginador, que incluso, como decía inicialmente, influyó en amplios sectores de la sociedad para tener como patrones de vida aquellas visiones, del individuo libre, en un ambiente de competencia para lograr el beneficio personal, como camino único para el desarrollo. Aquellas visiones según las cuales primero había que fomentar la riqueza para después distribuirla. Aquellas visiones que nos dicen que tenemos que dedicarnos a producir únicamente los bienes para los que estemos mejor dotados, sin considerar una perspectiva de desarrollo a largo plazo. Todos estos elementos nos limitaron para construir una visión de futuro.

Otra de las tareas: no es suficiente transformar sólo al Ecuador, porque no basta la transformación de un país para la transformación mundial, sino que hay que comenzar a pensar también a nivel internacional, y eso implica, entonces, dar paso a la superación de una serie de taras que hemos acumulado a lo largo de los tiempos. Una de ellas es la colonialidad del poder. Aquella visión que se nos ha hecho creer, de que nuestro camino es reeditar los estilos de desarrollo de los llamados países desarrollados. Entonces, para superar esa colonialidad hay que pensar y construir una nueva opción de vida: un nuevo modelo de vida diferente a la propuesta de los dominadores.

En segundo lugar, y esto me parece a mí fundamental, y ojalá lo podamos plasmar en Montecristi en la Constitución: que en el eje de cualquier actividad económica tiene que estar como centro el ser humano. No como en el modelo neoliberal, donde el capital está sobre el ser humano. Se trata de un asunto fundamental que se refiere al sentido histórico de las grandes transformaciones en la América Latina. Yo veo, ahí, países que están optando por este camino, y que ponen al ser humano como centro de cualquier actividad.

El ser humano como eje y como razón de ser de cualquier actividad, por lo tanto el factor trabajo como principal elemento para las transformaciones productivas. El ser humano conviviendo con la naturaleza, no dominándola y tratando de destrozarla porque eso no tiene futuro. El ser humano, entonces, tiene que asumir esa tarea fundamental. Ahí se eleva toda aquella visión del buen vivir, que no puede ser confundida con el concepto de bienestar que tienen los países más ricos –yo no los llamaría países desarrollados–. El buen vivir nace de la experiencia de vida colectiva de los pueblos y las nacionalidades indígenas. Busca la vida armoniosa entre los seres humanos y de estos con la Naturaleza. Creo que ese es un elemento fundamental para pensar una sociedad diferente, una sociedad que rescate los saberes y las tecnologías populares, la forma solidaria de organizarse, de dar respuesta propia, porque ese es el camino que nos queda por delante y en ese sentido, el buen vivir debe, de hecho, tomarse como una respuesta antisistémica al concepto individualista del bienestar.

En tercer lugar, en esta coyuntura de búsqueda de alternativas, tenemos que superar aquella visión, a mi modo de ver equivocada, que se enfoca en el dilema más Estado o más mercado, y que deriva en una confrontación Estado vs. mercado. El camino estadocéntrico no ha funcionado, no ha dado claras respuestas ni para los individuos ni para la colectividad y en muchos casos ha devenido en procesos autoritarios. Pero también han fracasado los caminos del mercado, que asume que todo se puede mercantilizar y que todo puede ser sujeto a la lógica del mercado. Es importante, entonces, replantearnos el Estado, que tiene que volver a tener la capacidad de planificar, un Estado que tiene que tener la capacidad de regular y de controlar, un Estado que debe poder intervenir en la economía cuantas y tantas veces sean necesarias, pero con lógicas racionales para que sus empresas funcionen como tales y no sean simplemente entidades burocráticas con una serie de privilegios al margen de la realidad nacional.

Pero también al mercado hay que replantearlo. El mercado no es sinónimo de capitalismo, estuvo ahí cuando apareció el capitalismo, este se apropió del mercado. El mercado existía, incluso, en las comunidades indígenas antes de que llegaran los españoles. Tiene que ser visto como una construcción social o, para decirlo en palabras de Karl Polanyi, quien hace más de medio siglo, en su obra clásica La gran transformación, fue categórico al señalar que: el mercado es un buen sirviente, pero un pésimo amo. Eso nos lleva a la necesidad de establecer mecanismos para combatir los monopolios, las prácticas oligopólicas, para tener un mercado transparente al servicio de los seres humanos.

Pero es muy importante considerar que Estado y mercado no lo son todo: entre dos patas no vamos a sostener la mesa, la tercera pata es el poder social, el poder ciudadano, que tiene que ser el que controla el Estado y el mercado, el que organiza el Estado y el que organiza el mercado. El Estado no nos da derechos: los ciudadanos tenemos que promover nuestros derechos para elaborar las leyes y elaborar la Constitución, no al revés. Las leyes no nos dan derechos, nosotros, los individuos y las colectividades, tenemos que rescatar esos derechos para transformar la Constitución. Asimismo, no es el mercado el que genera producción: somos los ciudadanos (sea como consumidores, trabajadores o empresarios) quienes le damos un cuerpo al mercado, y así como le damos cuerpo, debemos otorgarle un alma que debe nacer de una fuerte base ética, solidaria y por qué no, patriota.

La Naturaleza tiene que ser el elemento fundacional de cualquier nueva economía. No podemos tener lógicas de acumulación, como la explotación petrolera en la Amazonía, con tasas internas de retornos que suelen estar en el 30%. Mientras si la ponemos en la misma lógica de tasa interna de retorno, la capacidad de recuperación de la selva no llega ni al 2%. En algún momento este tira y afloja con la Naturaleza se va a romper y va a provocar una hecatombe, y sin querer ser alarmistas, el calentamiento global y la naciente crisis planetaria de alimentos, provocados por la lógica capitalista, podrían ser tan sólo el principio del fin. El meollo del problema consiste en que la sociedad occidental consumista ha hecho de la Naturaleza simplemente un objeto de propiedad y no considera a la Naturaleza como un todo: esta puede existir sin seres humanos, nosotros jamás sin ella.

Nótese la diferencia con la visión de la Pacha Mama, de nuestros pueblos originarios, que ven a la Naturaleza no como objeto, sino como sujeto vivo. Y eso es algo que queremos rescatar y transmitir en nuestra nueva Constitución al poner a la Naturaleza como sujeto de derechos, para comenzar a plantearnos otras formas de organizar la sociedad. Si lo entendemos de esa manera, podemos llegar a tener una lógica social muy interesante, incluso productiva, sustentable. Nosotros no vemos a la madera, los bananos, el agua, los minerales, el subsuelo sólo como mercancías o como recursos para ser explotados, pues esa sería una visión muy parecida a la visión de los traficantes de esclavos. Sin lugar a duda, va a ser una tarea difícil y compleja, y es uno de los grandes retos en los que estamos empeñados en buscar transformaciones.

Esto estaría incompleto si no entendemos que hay que dar apertura a la cultura: en nuestro país no hay una sola cultura ni una sola lógica. Hay muchas culturas y muchas lógicas. Se tiene que partir por reconocer las nacionalidades y los pueblos indígenas como base de cualquier transformación de largo plazo: es uno de los grandes retos y de los temas más complejos que tenemos entre manos.

Desde esa perspectiva, hay que entender que hay muchas formas de hacer economía, no es sólo la economía estatal, no es sólo la economía privada, hay economía mixta (estatal-privada). Pero también hay otras formas de hacer economías que tienen que ser reconocidas en términos de título de propiedad y en términos de sus derechos para acceder al crédito. Por ejemplo, la economía cooperativa, la economía comunitaria, la economía asociativa, la economía familiar, reconociendo el caso de nuestro país, que ha vivido una tremenda estampida migratoria. Tenemos que reconocer que hay otras racionalidades económicas, y eso implica también distintas necesidades, distintas visiones, cuyo reconocimiento es indispensable y necesario para dar paso a otra política económica.

Las grandes industrias, los grandes bancos, los grandes comercios, las fincas de exportación aglutinan el grueso de la inversión del capital, de los activos, de las exportaciones, de las inversiones. Más del 90%, pero no generan ni la mitad de los puestos de trabajo, y tienen una bajísima tasa de retorno del rendimiento del capital. Mientras que la llamada economía tradicional tiene una elevada tasa de retorno del rendimiento del capital y genera el mayor porcentaje de puestos de trabajo. Pero al no tener capacidad de ahorro, no son sujetos de crédito y no tienen posibilidades de invertir. Se debe pues trasladar recursos de los sectores modernos a los sectores tradicionales, y generar mecanismos de capacitación para ir construyendo la base de lo que podría ser otra economía.

Por último, me parece fundamental hablar de soberanía en un proceso plural. No de soberanía en abstracto, no hay una sola soberanía. Hay que superar la visión estrecha del siglo xix y a la del siglo xx, que veía a la soberanía simplemente para garantizar nuestras fronteras, llenar de tropas las fronteras con el fin de impedir que nuestros enemigos nos avasallen. Hay otras soberanías que son mucho más importantes, y que no sólo hay que hablarlas sino que hay que ejercerlas:

Esas son respuestas que tenemos que dar en un proceso de construcción plural, colectiva, unitaria. No digo que no haya dificultades y contradicciones, hay muchas y habrá muchas más, porque los procesos no son lineales ni tan simples como los quieren ver algunas personas. Los procesos son complejos: no nos olvidemos que mientras estamos hablando de todo esto hay otros consensos que no se han dormido. El consenso del capital transnacional, el consenso de la banca, el consenso de los grupos militaristas, el consenso de todos esos grupos que pretenden establecer al capitalismo como única opción de vida de la humanidad, a pesar de todos los riesgos y amenazas que esto tiene.

Y en este sentido, para finalizar: todas estas propuestas de soberanía tienen que ampliarse hacia la soberanía regional, seguimos viendo los pueblos vecinos de la América Latina con miedo. Se deben construir espacios de soberanía regional, es el camino más adecuado, no habrá opción alguna de largo plazo para estos procesos revolucionarios, si no existe integración.

Para dar paso a un nuevo proceso civilizatorio, que –insisto– tiene que ser plural y unitario, el camino es muy complejo y a la vez muy simple: la construcción democrática de una sociedad democrática. Si alguna vez vamos a hablar de socialismo, tomando las palabras de Boaventura de Sousa Santos, tenemos que aceptar definitivamente que el socialismo es, ante todo, un proceso de democracia sin fin.

Notas

Este texto es una transcripción de la conferencia dictada en la clausura del Encuentro Latinoamericano del Foro Mundial de Alternativas, realizado en Quito del 26 al 29 de febrero de 2008.

Me resulta difícil tratar de comentar un seminario-encuentro del cual no he participado en todos los debates, así que mi presentación aquí será, lamentablemente, muy corta, y sólo espero contribuir con mi aporte a la discusión sobre un tema que nos interesa a todos: la construcción de alternativas.

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