Quito, 18 de abril de 2006
En nuestro país hay hostilidad contra los indígenas; hay intolerancia, enemistad e incomprensión; dicho sin rodeos, hay racismo.
A lo largo de siglos, una serie de prejuicios no solo ha convertido a los indígenas en víctimas del odio y la violencia sino que ha impedido el reconocimiento de las propias raíces de la nación.
Hasta la actualidad la mayoría de la población no ha logrado percibir a los indígenas como realmente son, es decir, pueblos con una rica experiencia de vida, con identidad cultural propia, con sus valores y sus anhelos.
Poco o nada se ha hecho para evitar que el racismo se siga propagando; es más, basta que los indígenas asuman el legítimo derecho a manifestar su deseo de cambio en las relaciones de poder o en la política económica del país para que los rectores de la política empiecen a sacar partido de la atmósfera racista que se respira, bajo el amparo hipócrita de algunos medios de comunicación, que muchas veces hacen gala de expresiones e imágenes denigrantes para los indígenas.
Se muestran sus levantamientos como contrarios al interés general, caóticos, o sin objetivos claros. Sin embargo, como a todos nos consta, existe un marcado proceso de politización entre los indígenas, lo que incluye el consenso y acuerdo entre los dirigentes y las bases que, dando pruebas de un civismo ejemplar, se sienten llamados a intervenir en el curso de la economía de su propio país, por lo que han puesto a discusión el polémico tema del Tratado de Libre Comercio. ¿Hay alguna organización social o política que, como la CONAIE, haya planteado desde un principio, y con razones valederas, la necesidad de la consulta popular para decidir sobre el TLC?
Desde luego, las objeciones hechas al TLC no provienen únicamente de "grupos marginales" como se quiere hacer aparecer. A medida que se dispone de mayor información sobre lo que implica en realidad el TLC, para amplios sectores de la sociedad ecuatoriana se vuelve evidente que en esta negociación priman los deseos y voluntades del país más rico y poderoso de la tierra, y que la gran atención que le conceden privilegiados políticos y empresarios nacionales está obnubilada por sus intereses particulares y los espejismos del mercado. Para estos sectores y, desde luego para los EE. UU., las gravosas, y hasta desastrosas consecuencias colectivas, que puede acarrear el TLC, no cuentan.
El experimentado economista y diplomático peruano Oswaldo de Rivera sostiene que "el espacio económico global no es tan libre como se predica, porque no se permite circular libremente a los seres humanos en busca de empleo, ni reproducir las tecnologías extranjeras importantes para los países subdesarrollados. Los trabajadores y la tecnología no tienen permiso para circular globalmente. Están regulados con severas leyes de inmigración y de protección a la propiedad intelectual"
Un tratado que no es libre, que exige medidas proteccionistas discriminatorias, que acentúa las desventajas históricas de los pueblos menos desarrollados, que promueve el enriquecimiento de un país a costa de otros países, constituye una amenaza que no puede ser ignorada por la rigidez de criterios o la indecisión de los gobernantes, y menos aún cuando estos se encuentran sumidos en un medio donde impera el racismo.
En semejante situación procede la consulta popular, que tendría que realizarse en el acto electoral del próximo mes de octubre. Sin embargo, para que refleje con fidelidad la decisión de los ecuatorianos sería imprescindible una amplia campaña informativa previa, en la que se daría a conocer, con la mayor aproximación posible, los resultados económicos y sociales que se esperara alcanzar a través del TLC, sin omitir la cuantificación económica de la afectación a los sectores que serían beneficiados y perjudicados en esta negociación.
[firmas]
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